Gallego le decían al ex presidente Alfonsín que murió.
Salgo a la calle a hacer compras mientras en la televisión le dedican gran espacio a los actos de despedida.
Pero también lo es José el padre de mi amigo, al que siempre nombro como "el gallego", padre e hijo nacidos en Pontevedra. 80 años de edad cumplió José hace pocos días. Lo veo venir cuando salgo del mercadito y lo espero, viene lento y cuando llega al cordón tiene que calcular que los autos esten bien lejos para empezar a cruzar la calle a un ritmo que se parece a la eternidad comparada con la
velocidad-auto de muchos para andar por la vida. Puede hacer los mandados después de 2 años de haberse quebrado una pierna, tener complicaciones y una lenta mejoría.
Nos saludamos con un beso, hablamos pocas palabras con buenos deseos para cada familia.
Sigo camino, a una cuadra justa, veo venir al hermano de José y tío de mi amigo, son hermanos pero no se hablan entre ellos hace años. Nunca supe su nombre. También esta cerca de los 80 o los pasa, lo veo venir arrastrando un pallet de madera.
-Voy a fabricarme un caballete, esta es buena madera, y en la ferretería me pidieron 49 pesos por uno de maderita que no vale nada -dice.
-Parece eucalipto. -digo, y le aseguro con un gesto de aprobación que también a mí me parece que es buena madera para un caballete.
-Lo encontré tirado en la esquina, me dice con la sonrisa de un niño que descubrió un tesoro inesperado.
Lo veo irse y me quedo suspendido viendo como renguea y lleva con esfuerzo ese esqueleto de madera.
Por un momento pienso si no debí ofrecerme a llevarle esa carga hasta su casa que queda a unas 3 cuadras y pico de allí. Enseguida desistí. Ese hombre, un hombre orgulloso y autosuficiente, como su hermano José (y como lo era mi padre italiano) se hubiera ofendido, no hubiera aceptado fácilmente que esa era una pesada carga para su edad. Lo vi alejarse, como uno ve una pequeña maravilla que no parece llamarle la atención a nadie más.
Pensé en las muertes anónimas que les espera a ellos y a todos los viejos que solo tienen años de trabajo, una jubilación mísera y la ayuda de sus hijos para vivir.
Repetí -una vez más- en mi cabeza una idea que me asedia hace tiempo sobre la increíble obstinación que significa vivir siendo viejo.
Viejo y sobreviviente a todas las adversidades que se deben enfrentar en el transcurso de una vida.
Salgo a la calle a hacer compras mientras en la televisión le dedican gran espacio a los actos de despedida.
Pero también lo es José el padre de mi amigo, al que siempre nombro como "el gallego", padre e hijo nacidos en Pontevedra. 80 años de edad cumplió José hace pocos días. Lo veo venir cuando salgo del mercadito y lo espero, viene lento y cuando llega al cordón tiene que calcular que los autos esten bien lejos para empezar a cruzar la calle a un ritmo que se parece a la eternidad comparada con la
velocidad-auto de muchos para andar por la vida. Puede hacer los mandados después de 2 años de haberse quebrado una pierna, tener complicaciones y una lenta mejoría.
Nos saludamos con un beso, hablamos pocas palabras con buenos deseos para cada familia.
Sigo camino, a una cuadra justa, veo venir al hermano de José y tío de mi amigo, son hermanos pero no se hablan entre ellos hace años. Nunca supe su nombre. También esta cerca de los 80 o los pasa, lo veo venir arrastrando un pallet de madera.
-Voy a fabricarme un caballete, esta es buena madera, y en la ferretería me pidieron 49 pesos por uno de maderita que no vale nada -dice.
-Parece eucalipto. -digo, y le aseguro con un gesto de aprobación que también a mí me parece que es buena madera para un caballete.
-Lo encontré tirado en la esquina, me dice con la sonrisa de un niño que descubrió un tesoro inesperado.
Lo veo irse y me quedo suspendido viendo como renguea y lleva con esfuerzo ese esqueleto de madera.
Por un momento pienso si no debí ofrecerme a llevarle esa carga hasta su casa que queda a unas 3 cuadras y pico de allí. Enseguida desistí. Ese hombre, un hombre orgulloso y autosuficiente, como su hermano José (y como lo era mi padre italiano) se hubiera ofendido, no hubiera aceptado fácilmente que esa era una pesada carga para su edad. Lo vi alejarse, como uno ve una pequeña maravilla que no parece llamarle la atención a nadie más.
Pensé en las muertes anónimas que les espera a ellos y a todos los viejos que solo tienen años de trabajo, una jubilación mísera y la ayuda de sus hijos para vivir.
Repetí -una vez más- en mi cabeza una idea que me asedia hace tiempo sobre la increíble obstinación que significa vivir siendo viejo.
Viejo y sobreviviente a todas las adversidades que se deben enfrentar en el transcurso de una vida.
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