Fue encontrarse de nuevo con la frase.
Ahora que indago en el origen de un dolor difuso. Como los del alma, pero estacionado en el cuerpo.
En eso estaba. Hasta encontrar el papel amarillo por el tiempo del único número impreso en el mimeógrafo prestado por el cura del barrio.
La imagen del cura que nos deja trabajar, mientras en el centro de la mesa le comenta un artículo de "Contracultura" a la catequista que es una joven hermosa.
Para nosotros, con 16 años y todas las ganas, era "la novia del cura".
El cura lee a Helder Camara. Nosotros intentamos hacer una revista de rock.
El tiempo disolvió otros recuerdos. Sólo quedo esto, y la frase de la portada que fue mi principal aporte. Nunca pude ni podre superar la perplejidad ante algo tan fuerte, tan dolorosamente contundente.
Leo. Trato de entenderla como si fuera una profesía que como toda profesía amenaza con ser autorrealizada a lo largo de una existencia.
Busco eludir en mi mente el peso temible de la palabra sufrimiento. Ni siquiera pensar en su relación con acontecimientos biográficos.
Pienso en el "algo más", en lo que me falta por tarea. En lo que creo que el futuro me adeuda y no debo resignar.
Pero la frase esta allí, y no puedo dejar de leerla y escribirla enterita:
"Nacimos para sufrir y para algo más".
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