*Foto de Noelia Ceballos . El susurro* Los días pasaban, parecidos entre sí como pasan los días. Ya el susurro era un integrante más del grupo, no alteraba los ritmos, las charlas se sucedían fluidamente, el té seguía su ritual, las mujeres tenían sus pequeñas conversaciones, en voz más baja a veces, para no ser oídas por los hombres que a su vez atenuaban sus voces para contarse pequeñas historias privadas. Sólo el susurro participaba en todo. Se deslizaba en suave ondulación hacia uno u otro grupo o alguna mujer en particular. Eso era especial. Nunca prestaba mucha atención a un hombre, prefería la suavidad de la piel femenina descubierta por el escote o un tobillo redondeado que iba a terminar en un zapato delicado, sin agresividad. Se pegaba a esa piel en suave caricia, se enroscaba en una pierna, subía por un brazo que se extendía para depositar un naipe en la mesita redonda. Siempre prodigándose en el grupo, salvo aquellos momentos en que se al