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Mostrando entradas de diciembre, 2008

ES EL LEÓN ALADO DE SAN MARCOS...

Volar sin alas* Viajo en domingo. El cielo se abrió como boca del infinito, celeste casi mar casi cielo. Y quisiera llegar al imposible punto de mirar lejanías. Con la mirada renacida y la esperanza abierta. Salgo, es un largo viaje por inseguros trenes reales para después subir al tren literario y llegar a Marcos Paz. Parto con las indecisiones de vida a cuestas. Como necesito sentir algo más que la soledad llevo conmigo mis cuadernos inconclusos. Son 6 cuadernos de espiral, en ellos viaja un ser fragmentado en palabras y frases. Un sujeto que busca armarse con pedacitos en frases y ser escritura. Raro salir con el alma en viaje metida adentro de una carpeta caja de cartón, pero hay que salir de las cuatro paredes instituidas para ver las cosas y la gente. Cada vez pesan más estos cuadernos. Espero reunirlos como un relato posible, leíble como un viaje por los fragmentos reunidos de otros viajes y otras lejanías que me preceden y me constituyen con vacíos y enigmas imposibles de respo

UN HOMBRE SOLO...

-Texto del 2003- Es lindo ver el mundo desde los tremendos boquetes de un mantel corroído, estaba allí abajo de otras cosas, sin duda inútil para cualquier futuro y desde ya condenado. Pero hoy, desde esos tremendos cráteres se ve un poco de celeste, el rojo inagotable de las flores de la santa rita, y algo de vida en movimiento. Es un verde fuerte, áspero, que brilla a la luminosidad del sol de otoño, en esta mañana de fulgor difuso. Allí cuelgan los viejos manteles, uno bordado por su abuela italiana con flores de todos los colores posibles, pétalos que solo puede imaginar quien vio flores silvestres en la ribera del río D'Orba. Los hay naranjas, marrones, celestes... y unos amarillos de los que solo se puede encontrar en el trazo de los lápices, de esos que usamos para pintar soles en cuadernos de infancia. Están las manchas que no quitará, ni el más grande desafió de jabón en polvo, del vino tinto, de las comidas especiales que dejaban manchas inolvidables. Se secan al sol del

DOLOROSA CAPACIDAD DE POSTERGACIÓN

Esa es la frase con la que el hombre despierta. La que lo acompañara durante algún tiempo imprevisto. No habrá extensiones a esa frase conclusión. No se podrá desmentir a la realidad que la instaló con esa fuerza. "Dolorosa capacidad de postergación" dira para escucharse en silencio en la más dura de las soledades: la de una persona a expensas de su propia voz interna.

ENTRE CENIZAS DEL AIRE....

ILUSTRACIÓN DE RAY RESPALL ROJAS. Entre cenizas del aire* Heredo de mi padre ojos entre cielo y mar nublado, como los suyos entrenados para mirar más allá en detalles de naturaleza y lejanía. También de él aprendí la capacidad irreversible de amar a distancia. Un amor humilde guardado en cofres de silencio. Amor postergado de piel y abrazo. Amor para siempre sostenido en imágenes sin tempo ni baciare. En un día del pasado breve, en un cumpleaños de abril, él me dijo que veía a su finada madre tal cual, viva y bella, como si todavía estuviera en Paterno, como la última vez en ese puerto, antes de salir y no volver. Ahí estaba su arcón de memoria, y entendí que vivía para sostener desde su vida esa imagen amada. Era su llamita interior. La veía amasando, cocinando pan en horno de ladrillo. Preparando la "sopresatta", guardando pan y jamón de estación a año. Atesoraba cada rincón de recuerdo en esa casa, con su madre despertándolo con un racimo de uva negra en la boca. Mi padr

EL VIEJO CAPITÁN...

Día tras día a la misma hora. Cuando el sol pasaba por su ventana del living de su departamento en el cuarto piso. El hombre se sentaba a fumar su pipa mirando al este. La vista fija. Una estatua que apenas cobraba vida por debajo del movimiento del humo. Para nosotros que lo veíamos cada tanto desde nuestra ventana del 8º piso era un viejo capitán de mar. Quizá por la pipa y la barba enrulada y blanca. En invierno se colocaba una gorra gris de abrigo igual a la que usaba mi padre y que un día de 1996 decidió regalarme. Un loro grande del color de los loros que cada tanto se paraba sobre el hombro derecho a tomar sol con su dueño. A su izquierda se veía una gran jaula con un canario amarillo que saltaba de un palillo al otro, de este a oeste. El loro y el canario parecían ser sus únicas compañias. No podíamos ver la figura completa de ese hombre al que sólo veíamos y conocíamos sentado de cabeza a la cintura, pero imaginábamos que tenia una pata de palo y como en las películas de los