Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de 2010

RÁFAGAS...

El tío Nicolás que me llama y me cuenta un sueño, me dice que es tan vivaz que le parece que es una iluminación. Que alguna vez se cumplirá en el futuro. El tío me recuerda que él sigue tratando de caminar con el bastón, los 120 kilos de peso a cuestas y los 84 casi 85 años de edad. Llega hasta la feria, tres cuadras de su casa. A veces no va a comprar, o compra después de estar un rato en la esquina del sol. Viendo pasar mujeres, diciéndoles cosas, a veces riéndose solo a carcajadas. Sabes, son feas pero más que feas son malhumoradas. Casi siempre les digo "que linda que sos" -Y miento, yo se que no son ni remotamente lindas- Y lo menos que me dicen es "viejo verde". Me lo han dicho tantas veces que ya me crecen ramitas... -y recuerdo la voz del tío riéndose a carcajadas de su ocurrencia-. Entonces, pasó lo del sueño, aunque a veces me parece que fue todo real. Mi amá, me lo había avisado. "No desees demasiado algo, porque se te cumple". Esa noche me qued

DERECHO

Sucedió hace un tiempo. Hacia un calor demencial y había corte de luz. Yo estaba de visita en el departamento donde viven mis hijos con su madre. Un vecino abrió entonces la ventana y comenzó a gritar con toda su voz: -Hijos de putaaaa... el aire acondicionado es un derecho humanooo¡¡¡ Pensé entonces por que derecho abriría la ventana, sacaría medio cuerpo afuera -como aquel vecino del edificio- y gritaría como un loco, hasta que llamarán a la policía o a los bomberos. Pensé en uno. Sin desmerecer otros, socialmente más trascendentes. Y dotarlo de sonrisas. Homenajearlo con besos soplados al viento. Y vivirlo como me sea dado vivirlo. Sonrojando mi rostro, traspirando las manos, teniendo palpitaciones. Emocionándome hasta el último poro. Decidí que si voy a gritar con desesperación será por mi derecho humano a tener "un amor imposible"

EL INVENTOR

Esto tenía que ser el resultado de la lluvia y de mi trabajo itinerante por zonas del Gran Buenos aires. Sólo la casualidad que me hizo elegir el bar de la esquina, el más viejo y de aspecto ruinoso entre los que había a la vista al momento del chaparrón. A decir verdad, no fue tan casual, me encantan los bares viejos con esos fantasmas que uno puede ver haciendo siluetas en el humo de esos cigarrillos que se dejan quemar sin la insistencia de una pitada tras otra. Busqué una mesa con ventana para ver a la gente que pasa bajo la lluvia. Pedí un cortado y un sanguche a un mozo que podría ser el fundador del bar, pero no, ese hombre viejo no podía tener más de 100 años. La lluvia golpeando con furia el vidrio. Hilitos de agua inundaban el piso, enseguida vi mis zapatillas gastadas chapoteando en agua. Me levanté entonces resignando la ventana y busqué una mesa del lado de la pared ciega. Y allí, justo arriba de esa mesa doble, solo equipada de un cenicero de lata con la marca "Cinza

EL INVISIBLE..

Cuando Silvia, la mamá de Matías, dijo en la puerta de la escuela: -Mi hijo puede ver seres invisibles. Escuche asombrado. Quede en silencio. Pasaron días. Seguimos esperando cada cual a sus hijos. Volví a preguntar. Ella me invito a que lo comprobara con mis propios ojos. Así que los seguí con mi hija de la mano rumbo a la estación de tren. Antes de cruzar la calle que separa del acceso a la estación hay muro alto blanqueado, luego una carnicería situada por debajo de la escalera que eleva los pasos para poder cruzar sobre las vías y acceder a los andenes. Por allí muchas personas desconocidas se entrecruzan a toda hora. Matías, señalo al hombre sentado sobre un cajón de madera. Era evidentemente visible. Podía verlo, aunque siendo este mi camino habitual de retorno a casa nunca antes lo había visto. Observe a la gente que pasaba apurada, que como en un hormiguero entra o sale de la estación. Era invisible. O la muchedumbre fingía no verlo. Estuvimos un rato haciendo comentarios. Los