El tío Nicolás que me llama y me cuenta un sueño, me dice que es tan vivaz que le parece que es una iluminación. Que alguna vez se cumplirá en el futuro.
El tío me recuerda que él sigue tratando de caminar con el bastón, los 120 kilos de peso a cuestas y los 84 casi 85 años de edad. Llega hasta la feria, tres cuadras de su casa.
A veces no va a comprar, o compra después de estar un rato en la esquina del sol. Viendo pasar mujeres, diciéndoles cosas, a veces riéndose solo a carcajadas.
Sabes, son feas pero más que feas son malhumoradas.
Casi siempre les digo "que linda que sos" -Y miento, yo se que no son ni remotamente lindas-
Y lo menos que me dicen es "viejo verde".
Me lo han dicho tantas veces que ya me crecen ramitas... -y recuerdo la voz del tío riéndose a carcajadas de su ocurrencia-.
Entonces, pasó lo del sueño, aunque a veces me parece que fue todo real.
Mi amá, me lo había avisado. "No desees demasiado algo, porque se te cumple".
Esa noche me quede largo rato mirando la noche y las estrellas. De golpe una esfera de luz brillante había empezado a crecer, a inundarlo todo con su luz. Sentí que mi cuerpo ya no me pertenecía, que se hacia liviano y se elevaba.
Es la muerte y yo no creo tener la originalidad de Víctor Sueiro para volver, -pensé-.
Días más tarde saque la conclusión de que había sido transportado por un O.V.N.I.
Pero en ese momento no vi nada que se parezca a una nave espacial. Para nada, esa nube intensa de luminosidad fue decayendo lentamente hasta que al fin la luz del día me permitió ver que estaba en una esquina de una ciudad desconocida.
Las mujeres -jóvenes o viejas- eran bellas y educadas.
El cielo límpido y el sol era tibio a pesar del mes de julio.
Cuando yo les decía algo todas agradecían. Con una sonrisa, con unas gracias, algunas me preguntaban si necesitaba algo o si me había perdido:
Yo les respondía: "Nunca me sentí más encontrado a mi mismo que ahora."
O, "Lo único que necesito es un poco de amor".
Allí fue cuando pasó esa mujer. Una joven de unos 60 años. Hermosa como un hada, que me dio un beso en la mejilla y un abrazo. Me dijo que volviera una tarde de estas con tiempo para tomar un te con ella.
Fue maravilloso, ni siquiera me sentí un patético mendigo de cariño como te hacen sentir la gente en Buenos Aires, donde la crueldad se respira en el aire.
Y después que hiciste?
Pensé en la patrona que ya no se levanta de la cama se iba a preocupar, así que pregunte donde quedaba la estación, unos chicos que estaban ahí me ayudaron a subir los escalones. Tome el tren hasta Puente Alsina y camine hasta casa.
¿Y como se llamaba el pueblo?
No se. El nombre se desvaneció en mi cabeza de 84 años, pero puedo decirte que más adelante venía Coraceros, y luego recuerdo otros nombres como María Lucila, Hortensia, La Rica, Isidro Casanova, Aldo Bonzi...
¿Y vos sobrino, no vas a salir esta tarde con alguna mujercita?
Lo debo haber entristecido con la respuesta.
Pero enseguida, casi sin tomar aliento respondió: "Vamos, vamos, tenés 52 años no 85".
"Aprovecha cada día. La gente no sabe vivir. Y que mal se vive en Buenos aires". Concluyó.
Luego de los buenos deseos y saludos cortamos el teléfono.
La vida siguió su curso implacable. Con los acontecimientos imponiendo más desdichas que alegrías.
De esto que intento contarles han pasado muchos años.
Ahora he llegado como pude a la estación del tren. Estoy seguro que alguien me ayudara a subir. Todavía queda gente amable que puede ver más allá de sus anteojeras. Logre averiguar que el pueblo que visitó el tío Nicolás se llama Enrique Lavalle y allá voy, pleno de deseo por vivir una ráfaga de felicidad a mi avanzada edad.
*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
El tío me recuerda que él sigue tratando de caminar con el bastón, los 120 kilos de peso a cuestas y los 84 casi 85 años de edad. Llega hasta la feria, tres cuadras de su casa.
A veces no va a comprar, o compra después de estar un rato en la esquina del sol. Viendo pasar mujeres, diciéndoles cosas, a veces riéndose solo a carcajadas.
Sabes, son feas pero más que feas son malhumoradas.
Casi siempre les digo "que linda que sos" -Y miento, yo se que no son ni remotamente lindas-
Y lo menos que me dicen es "viejo verde".
Me lo han dicho tantas veces que ya me crecen ramitas... -y recuerdo la voz del tío riéndose a carcajadas de su ocurrencia-.
Entonces, pasó lo del sueño, aunque a veces me parece que fue todo real.
Mi amá, me lo había avisado. "No desees demasiado algo, porque se te cumple".
Esa noche me quede largo rato mirando la noche y las estrellas. De golpe una esfera de luz brillante había empezado a crecer, a inundarlo todo con su luz. Sentí que mi cuerpo ya no me pertenecía, que se hacia liviano y se elevaba.
Es la muerte y yo no creo tener la originalidad de Víctor Sueiro para volver, -pensé-.
Días más tarde saque la conclusión de que había sido transportado por un O.V.N.I.
Pero en ese momento no vi nada que se parezca a una nave espacial. Para nada, esa nube intensa de luminosidad fue decayendo lentamente hasta que al fin la luz del día me permitió ver que estaba en una esquina de una ciudad desconocida.
Las mujeres -jóvenes o viejas- eran bellas y educadas.
El cielo límpido y el sol era tibio a pesar del mes de julio.
Cuando yo les decía algo todas agradecían. Con una sonrisa, con unas gracias, algunas me preguntaban si necesitaba algo o si me había perdido:
Yo les respondía: "Nunca me sentí más encontrado a mi mismo que ahora."
O, "Lo único que necesito es un poco de amor".
Allí fue cuando pasó esa mujer. Una joven de unos 60 años. Hermosa como un hada, que me dio un beso en la mejilla y un abrazo. Me dijo que volviera una tarde de estas con tiempo para tomar un te con ella.
Fue maravilloso, ni siquiera me sentí un patético mendigo de cariño como te hacen sentir la gente en Buenos Aires, donde la crueldad se respira en el aire.
Y después que hiciste?
Pensé en la patrona que ya no se levanta de la cama se iba a preocupar, así que pregunte donde quedaba la estación, unos chicos que estaban ahí me ayudaron a subir los escalones. Tome el tren hasta Puente Alsina y camine hasta casa.
¿Y como se llamaba el pueblo?
No se. El nombre se desvaneció en mi cabeza de 84 años, pero puedo decirte que más adelante venía Coraceros, y luego recuerdo otros nombres como María Lucila, Hortensia, La Rica, Isidro Casanova, Aldo Bonzi...
¿Y vos sobrino, no vas a salir esta tarde con alguna mujercita?
Lo debo haber entristecido con la respuesta.
Pero enseguida, casi sin tomar aliento respondió: "Vamos, vamos, tenés 52 años no 85".
"Aprovecha cada día. La gente no sabe vivir. Y que mal se vive en Buenos aires". Concluyó.
Luego de los buenos deseos y saludos cortamos el teléfono.
La vida siguió su curso implacable. Con los acontecimientos imponiendo más desdichas que alegrías.
De esto que intento contarles han pasado muchos años.
Ahora he llegado como pude a la estación del tren. Estoy seguro que alguien me ayudara a subir. Todavía queda gente amable que puede ver más allá de sus anteojeras. Logre averiguar que el pueblo que visitó el tío Nicolás se llama Enrique Lavalle y allá voy, pleno de deseo por vivir una ráfaga de felicidad a mi avanzada edad.
*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
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