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Mostrando entradas de 2018

LO IMBORRABLE...

Los golpes a lo karateca del Hermano Miguel Amador en la nuca de mi padre. Mi padre que trastabilla dando unos pasos adelante pero enseguida recupera el equilibrio y hasta sonríe. Luego me toca a mí. Le digo que me duele el cuello, señalo tocandome en el lado izquierdo. Entonces la mano fuerte del sanador apretando algo que sería un ganglio pero que dolió lo suficiente como para dejarlo imborrable por toda la vida. Mi madre y mi hermana estaban rezagadas en la larga fila que se había formado para subir a la tarima de madera elevada donde Miguel Amador atendía usando la fuerza de sus manos más la fe que le otorgaban quienes ya habían experimentado sus curaciones.   Mamá   debe haber pensado que ni loca se dejaba apretar o golpear. Ella sólo creía en médicos como su primo Aldo. Tomó de la mano a mi hermana   y salió de esa gran carpa donde el sanador atendía. El afuera era un gran camping donde las familias se preparaban para almorzar con asados. Era un día esplendido de pri

Mi padre silbando en la noche

Ahí va mi padre silbando en la noche. Es primavera. No alcanza con el canto cíclico de los zorzales. Mi padre se acompaña silbando. Es una melodía que alguna vez le escuche cantar en italiano, habla del amor perdido de una napolitana. Para mí cada vez que lo escuchaba silbar aquella melodía era como si hablara en él la tristeza que tenía adentro. Mi padre un hombre de silencio. De pocas palabras, las justas y necesarias. Ahora que volvió la primavera los zorzales cantan un enamorado insomnio. Mi padre vuelve a caminar a la madrugada hasta la avenida bajo estrellas o tempestad para ir a trabajar a la fábrica. Esta sólo. Se acompaña silbando su amor a una napolitana. *De Eduardo Francisco Coiro . https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/

LA VACA Y EL TÍO

Eran los años 40. La fecha justa es imposible de reconstruir. El tío abuelo Juan   trabajaba en La Vascongada visitando tambos por la zona de los partidos de Chivilcoy y Suipacha que enviaban leche para la usina láctea. No era vasco sino italiano, pero usó boina vasca en la inmensa pequeñez de cada recuerdo. El tío abuelo -al que su mujer llamaba "Joani" con una dulzura inigualable en su voz- era un hombre de más de 30 años. Un tipo honesto para el cual la palabra valía más que cualquier papel firmado. Entre sus tamberos amigos estaba Aitor. El vasco Aitor quería que el tío dejara de ser un empleado o que además fuese tambero. En una de esas visitas donde el tío abuelo verificaba condiciones observables del tambo. Aitor que ya era un amigo entrañable consiguió que Juan aceptara un regalo que le presento de un modo inolvidable: -Se llama Aurora. Es una maravilla que puede darte mucha felicidad. La vaca era una de las mejores que tenía en su pla

Piropo con rima

Salimos de la iglesia un sábado a la tarde. Como en los últimos meses de su vida el tío venía caminando sosteniéndose con su mano izquierda en mi antebrazo derecho casi llegando a la muñeca, todavía me parece sentir la fuerza con la que su mano se aferraba. Al llegar a la parada del colectivo que lo llevaba a su casa el tío vio pasar en bicicleta a la mujer con calzas. Ahí nomás soltó su piropo con rima: "Como quisiera ser asiento para llevar ese flor de pensamiento". Nos reímos un poco. Pero mi risa no era cierta, sentía una amargura de despedida en cada paso que dábamos. No podía reconocer la épica de un viejo de casi 90 años por mantener su picardía intacta. Luego llegó el colectivo, lo sostuve con una mano en su espalda para que superara los dos primeros escalones. Pude ver cuando se sentó en el primer asiento y saludo desde la ventanilla levantando el bastón mientras el colectivo se ponía en marcha.