Salimos de la iglesia un sábado a la tarde. Como en los últimos
meses de su vida el tío venía caminando sosteniéndose con su mano izquierda en mi
antebrazo derecho casi llegando a la muñeca, todavía me parece sentir la fuerza
con la que su mano se aferraba. Al llegar a la parada del colectivo que lo
llevaba a su casa el tío vio pasar en bicicleta a la mujer con calzas. Ahí
nomás soltó su piropo con rima:
"Como quisiera ser asiento para llevar ese flor de
pensamiento".
Nos reímos un poco. Pero mi risa no era cierta, sentía una amargura
de despedida en cada paso que dábamos. No podía reconocer la épica de un viejo
de casi 90 años por mantener su picardía intacta.
Luego llegó el colectivo, lo sostuve con una mano en su espalda
para que superara los dos primeros escalones. Pude ver cuando se sentó en el
primer asiento y saludo desde la ventanilla levantando el bastón mientras el
colectivo se ponía en marcha.
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