Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de septiembre, 2009

ESOS FRÁGILES ANDAMIOS DE LA REPETICIÓN...

ESOS FRÁGILES ANDAMIOS DE LA REPETICIÓN... -Antología de Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com EL ÚLTIMO ANIMAL DEL MUNDO... El hombre lee a Conrad. Así, tal cual me siento yo. -se dice. Con su vida bien adentro de "El corazón de las tinieblas". En algún punto todo le resulta ajeno y hasta horroroso. Un exiliado de su propia vida. Alguien que se pregunta donde estuvo y donde esta la vida verdadera. En una espesa bruma, y no importa demasiado si es en un río que se interna en las venas abiertas del África. O es un barrio de Temperley. Es el exilio. La sensación de desterrado. Y todo eso ocurre mientras el hombre, abrumado en sus propias imágenes no puede avanzar de la página 79. Pero ocurre un pequeño milagro para sacarlo de la lectura y -un rato- de oscuros pensamientos a tono con el relato donde la soledad existencial es un "no lugar" permanente más allá de tiempos, geografías y tecnologías. Llega su hija con una insinuante sonrisa: ¿Cual e

ALGO

Fue encontrarse de nuevo con la frase. Ahora que indago en el origen de un dolor difuso. Como los del alma, pero estacionado en el cuerpo. En eso estaba. Hasta encontrar el papel amarillo por el tiempo del único número impreso en el mimeógrafo prestado por el cura del barrio. La imagen del cura que nos deja trabajar, mientras en el centro de la mesa le comenta un artículo de "Contracultura" a la catequista que es una joven hermosa. Para nosotros, con 16 años y todas las ganas, era "la novia del cura". El cura lee a Helder Camara. Nosotros intentamos hacer una revista de rock. El tiempo disolvió otros recuerdos. Sólo quedo esto, y la frase de la portada que fue mi principal aporte. Nunca pude ni podre superar la perplejidad ante algo tan fuerte, tan dolorosamente contundente. Leo. Trato de entenderla como si fuera una profesía que como toda profesía amenaza con ser autorrealizada a lo largo de una existencia. Busco eludir en mi mente el peso temible de la palabra suf

EL YO-YO.

"Son cosas de Paula...”, dijo la madre como al pasar. La bolsita pequeña era el último envio en los viajes de objetos de una casa a la otra. Cuando abrí la bolsa estaba el yo-yo naranja que le compre a mi hija un par de años atrás. Cuando vino mi hija el fin de semana no olvide preguntarle: ¿lo elegiste para traerlo a la casa de papá? -No, lo puso mamá. -Respondió. Apenas pude disimular la ira. Pensé primero en la continuidad de una guerra silenciosa contra los objetos: libros, peluches y juguetes que les fuí comprando a mis hijos en diferentes épocas. Después pensé a la luz de la también cercana expulsión de los Legos de la vida de los hijos en el departamento en un decreto de fin de la infancia. Enseguida cuando vi a mi hija intentando alguna destreza con el yo-yo, deje de preocuparme por explicar las mañas de una personalidad que es cada vez más desconocida, ajena, y apareció en mi mente la historia de la compra del yo-yo. Un negocio de regalos en esquina. Entramos de la mano.