
-Al pueblo de Patricios.
El hombre sabe que no puede con las emociones. Por eso cuando el tren ingresa a Patricios, o mejor dicho a una representación teatral en la Estación-Teatro comunitario, se aisla con rapidez en sus pensamientos. No logra conectarse demasiado con el aquí y ahora. Se aleja hacia el humo que envuelve a la vaporera de última generación. Observa con cierta distancia lo que acontece a su alrededor. En esta obra, los vecinos actores juegan a negar la presencia del tren, este tren es solo una figura fantástica, algo que no puede ser real, solo un símbolo o un augurio de tiempos por venir.
Es paradojal, quiza haya 500 o 600 personas aquí, esperando al tren con su obra de teatro en marcha, simulando que el gran día será otro día, no este. Claro, las emociones son muy fuertes, hay que ver a los maquinistas llegando a un pueblo de ferroviarios, los abrazos con abuelos que manejaron máquinas más poderosas que "sophostine" una modesta locomotora de la clase 200 Hartmann/Borsig reciclada para utilizar gas natural comprimido como combustible.
"Volveré cuando vuelva a sonar la campana" dice el graffiti en la pared amarilla, parece una despedida definitiva. Un reencuentro imposible que el tren esta desanudando como los nudos de esas gargantas que cantan y bailan como si este fuera un único día para despedir para siempre los silencios de los andenes de la estación, la oscuridad infinita de los rieles perdiendose en la noche.
El hombre mira el desenganche de la Locomotora.
Se ve con su hijo de 4 años de la mano, apurandose para llegar al momento justo. Son dos o tres preciosos minutos. El maquinista o su ayudante desciende, baja y se arrodilla para desprender la máquina del primer vagón. Corría el hombre con su niño de la mano, para ver los ojos grandes y escuchar a su hijo diciendo: "el tito que engancha", "ya soltó el tubito y el arito", y luego sentir el estremecimiento de su mano al escuchar la bocina larga que anuncia el despegue a buscar la vía de maniobras.
Piensa en Estaciones yertas, definitivamente abandonadas, aquellas donde nunca más se detiene la memoria. No hay más mujeres que corren a buscar un abrazo para llegar pronto a la película de Gregory Peck. Serán abuelas. Y allá sobre los rieles una fina llovizna, una humedad de letras parece cubrir ese desamparo de cosas entregadas sin voz al olvido. O al oxido que es casi lo mismo.
En Patricios se abren las vías. Entre ellas crece la distancia hasta llegar a Villegas, el pueblo de Manuel Puig, o a Victorino de la Plaza donde un abuelo que fue jefe de estación sigue palpitando por su gran amor que eligió a otro y partió a Buenos Aires. De esos pueblos retornan frases y recuerdos, ruedan en la noche con el sonido a vacío de un tren de carga que vuelve haciendo golpes de tambor de lata.
Una vieja melodia lo asedia mientras se aleja de la estación por las calles ahora desiertas del pueblo, las voces suenan a primera vez... "Cant by here love, cant by here". Son emociones sin tiempo las que parecen brotar en cada paso. Las propias, o las hundidas en esta tierra donde los sueños esperan germinar en nuevas manos.
-Del Inventren 2004.
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