Hace ya algún tiempo leí "Sacrificios en días santos" de Antonio Dal Masetto.
Más allá de mi admiración por el maestro y su manera de narrar con palabras sencillas e imágenes contundentes. He quedado impactado por una idea fuerte: algo así como quien puede entender cuanta ferocidad puede anidar en el corazón humano. Cuanto odio latente esta dispuesto a ser depositado en un otro cualquiera. Este libro nuevamente situado en el pueblo de Bosque (los anteriores fueron Siempre es difícil volver a casa" y "Bosque") se despliega entre gentes para las cuales todas las facetas de la duplicidad moral del orden burgués son parte de su normalidad. Son la jaula invisible que los contiene y los hace rehenes de un mismo orden de intereses.
"Manejados desde el anonimato, desde la hipocresía" dice textualmente Antonio.
Por aquella época había estado trabajando en pueblos del interior y surgió un pequeño botón de muestra. Un rato antes había visto una placa de mármol que avisaba que en ese edificio había enseñado Julio Córtazar. A pocos metros de allí luego de doblar una esquina entré a un bar de un club social para comer algo. Era la hora de la siesta y sólo estaban unos pocos parroquianos que
tomaban vino tinto acodados a la barra. Enfrente se veía una plaza desierta tapizada de hojas secas de plátano.
Observé que se asomaban a la puerta y seguían el paso de una mujer por la vereda de la plaza. Ella no era ni linda ni fea y su andar no era merecedor a mi juicio de ningún comentario.
Pero para esos náufragos del club social era un verdadero suceso que demadaba sus comentarios e ironías.
Alguien preguntó -¿Es de Chacabuco?
Recordé que el pueblo natal de Haroldo Conti no estaba tan lejos de ese pueblo.
En ese momento asocié lo que estaba ocurriendo con la tremenda frase con la que comienza el cuento Perfumada noche "La vida de un hombre es un miserable borrador, un puñadito de tristezas que cabe en unas cuantas líneas".
Enseguida pude oir a otro parroquiano que estaba algo alejado del grupo de arracimados a la puerta, sin despegarse de la barra y con la copa de vino tinto en el aire, decir bien fuerte, para que lo oigan todos:
-Qué puta es esa mina.
Pensé en ella. Que iba a alguna parte cruzando al aire las dentelladas de ferocidad de esos infelices.
Pensé en esa mujer a quien alguien seguramente ama y espera verla llegar a su hogar desprovista de fantasmas.
Y recordé la frase siguiente de Haroldo: "Pero a veces, así como hay años enteros de una larga y espesa oscuridad, un minuto de la vida de ese hombre es una luz deslumbrante".
Y sentí pena por esas personas, tan parecidas a los habitantes literarios de Bosque. Por ese minuto de vida bajo una luz deslumbrante que no les será concedido.
Más allá de mi admiración por el maestro y su manera de narrar con palabras sencillas e imágenes contundentes. He quedado impactado por una idea fuerte: algo así como quien puede entender cuanta ferocidad puede anidar en el corazón humano. Cuanto odio latente esta dispuesto a ser depositado en un otro cualquiera. Este libro nuevamente situado en el pueblo de Bosque (los anteriores fueron Siempre es difícil volver a casa" y "Bosque") se despliega entre gentes para las cuales todas las facetas de la duplicidad moral del orden burgués son parte de su normalidad. Son la jaula invisible que los contiene y los hace rehenes de un mismo orden de intereses.
"Manejados desde el anonimato, desde la hipocresía" dice textualmente Antonio.
Por aquella época había estado trabajando en pueblos del interior y surgió un pequeño botón de muestra. Un rato antes había visto una placa de mármol que avisaba que en ese edificio había enseñado Julio Córtazar. A pocos metros de allí luego de doblar una esquina entré a un bar de un club social para comer algo. Era la hora de la siesta y sólo estaban unos pocos parroquianos que
tomaban vino tinto acodados a la barra. Enfrente se veía una plaza desierta tapizada de hojas secas de plátano.
Observé que se asomaban a la puerta y seguían el paso de una mujer por la vereda de la plaza. Ella no era ni linda ni fea y su andar no era merecedor a mi juicio de ningún comentario.
Pero para esos náufragos del club social era un verdadero suceso que demadaba sus comentarios e ironías.
Alguien preguntó -¿Es de Chacabuco?
Recordé que el pueblo natal de Haroldo Conti no estaba tan lejos de ese pueblo.
En ese momento asocié lo que estaba ocurriendo con la tremenda frase con la que comienza el cuento Perfumada noche "La vida de un hombre es un miserable borrador, un puñadito de tristezas que cabe en unas cuantas líneas".
Enseguida pude oir a otro parroquiano que estaba algo alejado del grupo de arracimados a la puerta, sin despegarse de la barra y con la copa de vino tinto en el aire, decir bien fuerte, para que lo oigan todos:
-Qué puta es esa mina.
Pensé en ella. Que iba a alguna parte cruzando al aire las dentelladas de ferocidad de esos infelices.
Pensé en esa mujer a quien alguien seguramente ama y espera verla llegar a su hogar desprovista de fantasmas.
Y recordé la frase siguiente de Haroldo: "Pero a veces, así como hay años enteros de una larga y espesa oscuridad, un minuto de la vida de ese hombre es una luz deslumbrante".
Y sentí pena por esas personas, tan parecidas a los habitantes literarios de Bosque. Por ese minuto de vida bajo una luz deslumbrante que no les será concedido.
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