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NOS VEREMOS OTRA VEZ

Llueve, y llueve fuerte. Afuera de la ventanilla el horizonte esta velado por una cortina de agua.

Nos queda intentar arreglar las cosas desde la literatura piensa el hombre.

El arquitecto Ricardo Klepta acaba de ver a Irene entrando al vagón. Le hace señas para que se siente al lado de él. Irene que tarda en reaccionar, pasaron casi 20 años. El pasado es otra persona, otro mundo al que ya no pertenecemos, y eso incluye a las personas que quedaron allí apresadas en esas capsulas congeladas.


Pero el saludo es emotivo, abrazo, besos. Esa sensación de vértigo que da el no ver al otro en décadas.


¿Cómo me reconociste? –Pregunta Irene.


-Sos vos, igualita antes del tiempo, solo te falta el cigarrillo en los labios y el humo dejando fantasmas.


-Me prohibieron el cigarrillo, pero yo fumo a escondidas, es un ritual personal y no voy a renunciar mientras el cuerpo me lleve hasta un kiosco y pueda comprar los cigarrillos por mi misma.


Ricardo recuerda esa imagen en el estudio de arquitectura donde ambos trabajaban. La vista fija de Irene en la ventana, como no viendo o viendo otra cosa. Ese aire a la Pizarnik que descubrió cuando la vio leyendo un libro con la foto de Alejandra en la tapa.

Irene que le dice con aquel libro en mano y su infaltable cigarrillo en la boca:


-Decidí que iba a fumar una tarde a los 11 años viendo a mi abuelo fumar en el patio.

“Veía a mi abuelo fumando solo en el patio. Esa concentración de estatua viviente imposible de describir: ¿en que pensaba?

Viéndolo con ese hilo de humo que se disipaba en el aire dejando siluetas que jugaba a descubrir mi abuelo era una locomotora mansa. Era de los viejos de antes, macizos, parecían invulnerables. Esos bigotes tipo manubrio de bicicleta que después descubrí que eran igualitos a los de Hindenburg.

Como los abuelos de muchos otros niños mi abuelo había sido foguista ferroviario.

El abuelo armaba sus propios cigarrillos sin filtro o fumaba en pipa, pero yo empecé a fumar en la adolescencia los

Parisiennes, éramos minoría las mujeres que fumábamos negros”.


En un momento se funden los recuerdos con la palabra presente de Irene que evoca los momentos compartidos: me encantaban esas horas donde no pasaba nada o no había trabajo y se hablaba, se fumaba, se tomaba mate hasta la hora de irse cada cual a su casa.


Llueve mucho che, el tren parece un barco. En este momento ya debe haber gente con el agua al cuello. –dice Ricardo volviendo por un instante la mirada a la ventanilla


¿Te acordas del proyecto de la casa-barco? Dice Irene.


-Vendría bien retomarlo, todavía tengo cuadernos con apuntes y los planos enrollados.


De memoria : “El barco casa es una unidad transportable, pensada para ser utilizada como vivienda en medios urbanos manteniendo sus características de flotabilidad ante situaciones de inundación extrema” recuerdo la risa de los dueños del estudio, “ni en el Delta lo usarían”.


-Vos terminabas indignado Ricardo.


-Algunas veces los maldecía en polaco y otras en ruso. Y si me preguntaban, les decía: consíganse traductor a mí me pagan por proyectista.


La música funcional del tren les acerca a Serú Girán.


¿Te acordas cuando lo desafinábamos a dúo? –dice Irene abriendo bien grandes sus ojos verdeagua.


Si te hace falta quien te trate con amor

Si no tenés a quien brindar tu corazón

Si todo vuelve cuando más lo precisás

Nos veremos otra vez


Un encuentro casual. Alegría imprecisa. Un puente sobre el tiempo y a la vez una promesa.

La estación Emita como futuro impredecible esta todavía lejos.

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