Una nube de
polvillo por el aire de la habitación. Esa era la imagen más antigua que el
hombre -que entonces era un niño- tenía de su tío.
Su tío había
salido de darse una ducha. Había colocado una toalla sobre la cama y se había
sentado a rociar de talco sus genitales. Sacudía el envase cilíndrico con una
energía demencial dejando al aire una nube de polvo que no deja de expandirse en
el recuerdo.
La pensión se
llamaba "La Esperanza" y su tío con las bolas bien revestidas en talco estrenaba
a sus 40 años una nueva soltería. Esa noche iba al club Sportivo Alsina, donde
actuaban Sandro y Los de Fuego;
porque las mujeres de Lanús “son mucho más que un fuego”, apenas dicho esto no
paró de reír con su risa contagiosa de la genialidad de su
ocurrencia.
Años después
su tío repetirá una y otra vez la historia de como llegó a esa pensión sólo con
lo puesto: Al volver de su trabajo en la fábrica encontró a su primera mujer en
la cama con un tipo arriba “entrando y saliendo… entrando y saliendo”. No lo
vieron, volvió sigiloso sobre sus pasos llevándose el juego de llaves que ella
había dejado sobre el bargueño. Entonces echo llave a la puerta de calle para
que se queden allí encerrados para siempre o tengan que saltar el tapial del
fondo y salir de manera indecorosa por la casa del
vecino.
El tío tenía
esa especie de desapego, no le importo nada de lo que había en su casa, si su
mujer no sería más su mujer no quiso llevarse ni un par de
medias.
A lo largo de
los años aquella imagen iba a permanecer como un interrogante a descifrar. Un
tío despreocupado y alegre, rociando de talco sus testículos para salir a buscar
una nueva mujer a pocos días de haber perdido hasta sus
ropas.
Como lo
demostró obstinadamente una y otra vez en su larga vida, no quería estar solo.
Su tío necesitaba una mujer o la ilusión de una mujer para
vivir.
*De Eduardo Francisco
Coiro.
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