El tío abuelo
de Kalman bajó de "El pampeano" en Polvaredas a las 0.35 del viernes
26 de septiembre de 1947. Al día siguiente era su cumpleaños número 58.
Unos minutos
antes el tren había salido de la estación Atucha. El tío no podía conciliar el
sueño. Miraba por la ventanilla ese cielo tremendo tan diáfanamente estrellado.
Tan derramado en estrellas sobre un campo que se parecía al infinito.
El tío tenía
como objetivo ver loteos pasando la estación 9 de julio. Había sacado pasaje
hasta Mirapampa pero pensaba bajarse donde viera anuncios de lotes en venta. Como en
un parpadeo se borró la continuidad del paisaje de cielo a campo
que venía admirando. Cuando abrió la ventanilla recibió en el rostro el golpe de una
densa nube de polvo.
Era polvo con
brillos -como de luciérnagas- que se encendían y apagaban velozmente. Quizás
era polvo de estrellas que impactaban en una velocidad incalculable en relación
a la marcha del tren.
El tío se
atemorizó. Cerró la ventanilla. Pensó que quedaría ciego pero tras unos
instantes su vista se volvió normal. Afuera la nube oscura con brillos siguió unos instantes más, y de nuevo la noche estrellada, ni rastros de
esa polvareda. Fuese lo que fuese lo que había rodeado al tren había
desaparecido.
Miró al
interior del vagón, los pasajeros dormían o no habían notado nada anormal en
ese transcurrir del tren.
Algo que no
supo explicar bien le dijo que tenía que salir de ese tren lo antes posible. En
la primera estación en que se detuvo el tren tomó su pequeña valija y bajó.
Casi al pie de los peldaños vio dos hombres que se aprestaban a subir. "No
suban. Este tren esta maldito" les dijo con ojos seguramente desorbitados
por el miedo.
No sabe si les
hablo en un español que no manejaba bien o en su lengua madre polaca.
La cuestión es
que los tipos lo miraron como si fuese un borracho trasnochado y subieron por
los mismos peldaños que el tío había pisado segundos antes para sentir la
solidez del andén.
El asombro del
tío siguió cuando al verse en el espejo de la sala de espera vio su cabellera
tiznada de polvillo. Se sacudió pero al quitar la polvareda descubrió sus pelos
poblados por canas que no tenía al subir en La Plata.
Lo asombroso
-según Kalman- es la flexibilidad demencial con la cual su tío abuelo se adapto
a una situación totalmente impensable.
Se quedo un
tiempo en Polvaredas, busco trabajo en un campo cercano. Decidió no decir ni
palabra de lo ocurrido en ese tren.
Más o menos dos
años después de bajar en Polvaredas el tío reencontró a su hermana menor con
marido e hijos recién instalados en la Argentina. Hartos de guerras y miserias
humanas arribaron a Ensenada, última referencia que tenían por una antigua
carta donde el tío les dejaba un domicilio. No esperaban encontrarlo con vida.
A ese tío abuelo además de llegarle familia le llovieron lágrimas, abrazos y
reproches.
Las lágrimas se
secaron con el paso de los meses, los abrazos se aflojaron por costumbre, pero
los reproches de su hermana siguieron y hasta se hicieron encarnizados. El tío
escuchaba todo sin enojarse ni justificarse.
-¿Por qué no
contestaste las cartas? -Papá y mamá murieron sin tener noticia tuya, pensaron
que habías muerto o lo que es peor que no te interesaba saber nada de tu
familia.
Un día, quizás
cansado de visitar a su hermana en la casita de Ensenada para recibir ese clima
tenso de reproche hasta en los silencios. De no poder ni sostenerle la mirada.
El tío abuelo de Kalman habló. Llevó una valijita de cuero rígido - la misma
con la que había subido al tren aquella noche en la terminal de La Plata y la
abrió.
Primero puso
sobre la mesa un pasaje de tren: que decía La Plata - Mirapampa fechado
claramente el 24 de septiembre de 1917.
Ese día fue un
Lunes -se extendió en un detalle al que nadie le dio importancia-
Luego puso un
ejemplar del diario La Nación sobre la mesa con la misma fecha.
-¡Que me queres
decir, le dijo su hermana con una mirada que pasó de ser severa a echar chispas
de indignación... que desde que subiste a ese tren decidiste olvidarnos. No
contestar cartas o irte a vivir a otro planeta...!
-Estuve
viajando adentro de ese tren 30 años. Seguí con mi vida como pude o mejor aún
-aclaró-: agradecido de no seguir allí adentro vaya a saber por cuantos siglos
más. No le creyeron. Era como decirles que las hojas alguna vez fueron plumas.
Que lo trataran como un mentiroso absurdo generó una pelea familiar que duro un tiempo.
Muchos años
después Kalman recibió de manos de su tío las únicas pruebas de no haber
faltado a la verdad aquel día con su familia. El pasaje del tren y ese diario
donde se leía entre las noticias destacadas que el ministro de defensa Elpidio
González solicitaba el estado de excepción para enfrentar la huelga ferroviaria
de 1917.
La madre de
Kalman, sobrina menor del tío, siempre le creyó. El misterio de los 30 años fue
algo que Kalman reconoció como fuente iniciática de dos vocaciones: tanto de
investigador científico como de escritor vocacional. Si hubiese sido una verdad
comprobable la experiencia del tío
merecía un libro similar al de "Física de lo imposible". Si era una
mentira urdida para encubrir su desamor o el desapego a su gente era un portal
a literatura pura.
En sus
indagaciones Kalman encontró unos pocos elementos a favor de la historia tal
como la relataba el tío: No había ningún rastro de su permanencia en esas tres
décadas previas a establecerse en Polvaredas, de 1917 a 1947 no había nada de
nada. A pesar de estar encanecido era inusualmente joven por tener los años que
tenía. Los que lo conocieron en esa época posterior a su viaje en tren no le
daban no mucho más de 30 y pico de años.
De tanto ir a
visitar a su hermana conoció a una muchacha llamada Haydee y se casó. Se los
veía felices, se prodigaban en arrumacos con palabras de amor. Después unos
meses surgió algo que el tío se había esmerado por negar: había una secuela o
una rareza más atribuible a su viaje en el tren. La mujer le decía
cariñosamente "mi bichito de luz".
En confianza le dijo a su cuñada que en la intimidad de la noche, cuando
se emocionaba o excitaba el tío se encendía como una luciérnaga.
El tío se
instalo con su mujer en Ensenada pero cerca del río pues amaba pescar. Hizo
amigos raros como él con los cuales compartía noche de pesca con charla hasta
amanecer. Ellos le aceptaban su historia, cada tanto, si el tío se emocionaba
con algún recuerdo fuerte se encendía e iluminaba como un foquito hacia la
lejana oscuridad del río. Sus amigos le decían señor de la luz o el iluminado
según la ocasión.
Ya
ostensiblemente viejo, hablaba mucho de su infancia en aquel pueblo de Europa
central del cual partió antes de llegar a la edad necesaria para ser convocado
al servicio militar. Su padre era carpintero pero quería un futuro militar en
la familia. Más aun siendo el hijo mayor. Una vez, caminando con su padre por
el bosque mientras iban a elegir un roble para hacerlo madera de mueble. Su
padre lo obligo a marchar delante de él como lo hacen los soldados. El tío era
apenas un muchacho de 14 años que intentó cumplir pero de mala gana. Esa falta
de vocación enfureció a su padre que comenzó a patearle los talones cuando no
marchaba correctamente llevando la punta del pie bien alto. Así. A pataditas
correctoras tuvo que marchar hasta retornar a las afueras del pueblo donde
seguramente por vergüenza su padre suspendió la instrucción de marcha para su
futuro militar al servicio del imperio.
Desde aquella
tarde detestó para siempre a su padre, a los militares, al imperio
austrohúngaro. Ese día empezó a gestarse su idea de irse bien lejos donde no
hubiera ni imperio ni guerras ni un padre que esperara tener un buen hijo
militar en la familia. Así fue. Dos años antes del comienzo de la primera gran
guerra dejó una nota "me voy, ya escribiré cuando este establecido"
Según parece
trabajo embarcado apenas un año hasta que llego a un puerto argentino. Se
radicó.
***
Kalman siguió
pensando en lo sucedido con su tío abuelo hasta que él mismo cumplió sus 58
años. Ese día se dijo que ya era el momento para aceptar lo inexplicable en
esta historia de su tío.
Era muy pobre
como explicación decir que había sucedido una anomalía en el espacio-tiempo.
Que su tío abuelo había sido un testigo privilegiado cuya mayor maravilla era
haber desplegado una enorme fuerza psíquica para adaptarse, como el mismo decía
a "esa gran patada al futuro" que había recibido.
En esos 30 años
en el tren evitó enterarse del final de la primera guerra. De la guerra civil
española. De la segunda gran guerra. De tremendas e increíbles matanzas. El
siglo XX se desplegaba en horrores. Su pueblo natal fue devastado. Hijos y
nietos de sus vecinos fueron enviados a campos de exterminio por los nazis.
De última,
cuanta gente que vivió realmente día por día todos esos años que el tío abuelo
pasó por alto adentro de un tren dirán si les preguntan que todo paso muy
rápido. Que 30 años de vida fueron
parpadeos. Unos pocos suspiros. Kalman
mismo sintió eso al cumplir sus 58 años cuando decidió abandonar las
investigaciones teóricas que había intentado construir obstinada e inútilmente
por años. Hasta una vez -ridículamente- llevó un diente de su tío a un
científico colega para hacer una prueba con isótopos de estroncio y así
rastrear las geografías por donde transcurrió la vida del tío en esas décadas
adentro del limbo.
Lo que Kalman pudo comprender daría sus frutos de ahí en más en su escritura. Ejercitar ficción contra lo real que va muy adelante sorprendiendo
con su implacable soberanía del acontecimiento.
Le quedó una
imagen grabada por otras tantas que irán al olvido. Era fin de año. Cuando todos estuvieron de
acuerdo con el reloj en que indudablemente comenzaba un año nuevo.
El tío -que ya
era un ancianito sin dientes- levantó la copa de sidra y mientras la chocaba en el aire con otras
copas pidió con su voz por encima de otras voces
“paz y
felicidad para el mundo”.
*De Eduardo Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/
Comentarios