Entonces cuando
la imagen de la desdicha de una familia puesta delante de nuestros ojos era irreversible,
le pregunte a Kalman si tenía alguna buena historia que dejara pequeña a la
soberanía de la muerte.
Kalman se quedo
pensativo, había pasado muchas horas de vuelo para apenas llegar a ver a Germán
su amigo de juventud adentro de un ataúd. A punto de ser enterrado en un
cementerio privado.
Estábamos
pisando lápidas con nombres de personas desconocidas bajo un cielo gris que por
momentos se acercaba como llovizna.
-Sí. Tengo una
historia justa para achicar la importancia de la muerte.
Lo relató un
arqueólogo. El hombre participa de un equipo interdisciplinario que desarrolla
una investigación en cuevas a las que se accede desde la ciudad de Dubrovnik.
Son cuevas que ya habían sido bastante estudiadas en el pasado. La data de
actividad humana realizada por carbono 14 muestra presencia desde veinte mil
años atrás.
En este nuevo
estudio se realizaron sorprendentes hallazgos que fueron interpretados como
independientes pero ahora están siendo pensados -al menos como hipótesis- en
conjunto.
Las
excavaciones que se realizaron hace más de una década habían hallado piezas de
cerámica de 15.000 años. Uno de esos pedazos había quedado bajo la mirada
curiosa de aquel equipo científico, era parte de un objeto desconocido y
aparentemente inútil para aquel grupo humano primitivo que habitaba allí, no
era una vasija ni una urna funeraria.
La
reconstrucción digital de los pedazos daba una imagen similar a una mascara con
aperturas para ver y respirar. Quizá era el primer casco inventado como forma
de defensa de los primitivos ante presumibles garrotazos de grupos rivales.
El equipo en el
que colabora el arqueólogo amigo hizo otro descubrimiento que resignifica la
lectura de los trozos de cerámica.
En otra cueva,
cuya ubicación se mantiene discretamente oculta para preservarla se hallaron
pinturas y huesos tallados con imágenes con la misma data AP de los pedazos de
cerámica en cuestión.
Son imágenes de
la vida de esos primitivos: escenas de cacería de animales, mujeres talladas
tipo Venus. Lo sorprendente fue el hallazgo de pinturas de humanos teniendo
sexo montándose como lo hacen los mamíferos de cuatro patas. Las mujeres
representadas con enormes pechos colgantes. Los científicos quedaron admirados por
aquellos antepasados remotos que representaban al sexo y la procreación de
nuestra especie como forma de derrotar a la muerte.
El gran
descubrimiento fue observar que algunas de esas figuras humanas representadas
en el coito llevaban puesta en su cabeza ese casco -o lo que fuese- similar al
que se reconstruyo a partir de los pedazos de cerámica. La lectura inicial de
los antropólogos suponía que hombres considerados "vencedores" podían
tener sexo con las mujeres otro clan o tribu rival "vencido". Un
detalle falseaba esta hipótesis, también había mujeres representadas con ese
¿casco? puesto teniendo sexo con hombres desprovistos de ese objeto en su
cabeza.
La duda inicial
los llevo al tiempo a descartar que esa cerámica fuese parte de una defensa de
guerreros o una máscara ritual.
La siguiente
hipótesis los llevaba a pensar que ese grupo humano que vivió allí representaba
su relación -incluso sexual- con otros seres provenientes de una civilización
"técnica" La cerámica sería entonces una imitación -digamos- de una
escafandra de seres llegados del espacio sideral. O -porque no- parte del
atuendo de viajeros en el tiempo provenientes de este mismo planeta.
No hay, cómo te
imaginaras, ninguna conclusión en los estudios en marcha. A Germán le hubiera
gustado conocer esta historia. Mas aún por título del proyecto bajo el cual se
sigue investigando: "Ellos y el universo"
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