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LA INQUILINA




*Foto de Alfred Cheney Johnston.








1.

El METAFÍSICO.



Los primos de Kalman no quisieron preocuparlo. Trataron de solucionar el problema a su modo. Lo primero que aceptaron es que los inquilinos se iban porque la casa estaba embrujada.
Les habían dicho que había fantasmas o una maldición que había quedado anquilosada en la casa de los abuelos. Era -quizá- un mal que había vuelto a surgir al fallecer la tía solterona Raquel, la menor de 11 hijos que se criaron en esa casa.

Contrataron a un metafísico especialista en alejar presencias indeseables.

El tipo cobraría una fortuna pero la situación lo justificaba. Llegó. Tomó fotos de la casa, de los jardines, del tanque australiano, del molino de viento, hasta de los enanos de jardín que estaban hace décadas en el mismo sitio.

Luego recorrió al interior con una especie de varita mágica. Dijo que era para percibir la mala energía. Caminó las habitaciones llevando la palma de la mano derecha pegada a las paredes por todo el perímetro.
-Parece que estas paredes tienen humedad desde los cimientos -dijo al pasar.

Rato después emprendió la búsqueda por el gran parque. Caminaba en diagonal buscando ir de norte a sur y de sur a norte con sus ojos cerrados guiado por su varita. Hasta que tropezó con la maceta donde crecía el Aloe. Con la pulpa de las hojas del aloe la tía Raquel se fregaba las piernas para aliviar dolores en sus varices.

Cuando el metafísico tropezó -y cayó torpemente- hizo gestos de que ese era el lugar indicado. Comenzó por buscar removiendo cuidadosamente con una palita la planta aloe.
Dio instrucciones: planten al aloe lejos de aquí en tierra.
Hurgando en la maceta sacó algo cubierto de tierra mojada.
Era la cabeza de un pequeño muñeco de cerámica. Su hallazgo podría tener más de 100 años allí. Quizás era parte de un juguete de los niños que crecieron en la casa.

Dijo: -Este es el daño que no deja descansar al alma de sus ancestros.
Colocó la cabeza en una bolsa traslucida con cierre y la guardo en su maletín junto con sus herramientas.

-Ya está -dijo.

Ahora durante el resto del año -era julio- en todos los ambientes colocar recipientes con agua, una medida de vinagre y sal gruesa. Renovarlos todos los días. Los frascos dejarlos debajo de cada mueble. En la habitación vacía donde dormía la tía, uno en cada esquina. Todos los días abrir puertas y ventanas para que el sol y el viento hagan su trabajo purificador.

-A fin de año pueden volver a alquilarla.
El metafísico cobró su honorario y se marchó.






2.

LOLA


Casi como un regalo de navidad, llegó Lola que no se llamaba Lola pero pedía que la llamaran así. El mismo día que visitó la casa dejo una seña y alquiló.
Para ese entonces Kalman ya sabía por sus primos que habían "limpiado" la casa para que los inquilinos no se quejaran de fantasmas. Deseaban que se quedaran al menos una vez cumpliendo el tiempo del contrato. Kalman no cree en fantasmas ni curanderos de maleficios que buscan daños en macetas, pero no quiso cuestionar nada. Viviendo en otro país no le quedaba otra que aceptar las decisiones de quienes resuelven las cosas como pueden. Pago su parte del rescate esotérico y espero los resultados.

Lola se portaba increíblemente bien. Ninguna queja. Pintaba toda la casa una vez al año. Mantenía el parque impecable. Y disfrutaba de la casa con novios o amantes que cambiaba o alternaba de acuerdo a sus necesidades.

Los primos de Kalman le escribían que Lola era muy bella. Poseía una mirada fulminante. De esas que enamoran o matan al instante. Suponían que tremenda mujer era muy intensa en el sexo.

Kalman volvió de visita al país en el transcurso del tercer contrato de Lola. Sus primos ya estaban definitivamente aliviados del trauma de la casa embrujada de los abuelos. Kalman quiso conocer a Lola, la curiosidad lo desbordaba. Tomaron mate bajo la galería mirando al parque.

Lola, una mujer de menos de 40 años. Bella, de mirada atrapante. Si se cruzaban las miradas era como un infinito de verdes que invitaba a perderse sin vueltas en una galaxia tan hermosa como desconocida.
Kalman le habló de su trabajo de investigador genetista. De Bonita su pequeña ciudad. Lola disfrutaba del encuentro, los mates que cebaba eran maravillosos.

En un momento Kalman tuvo un atrevimiento que no es habitual. Le preguntó a Lola como siendo como es: bella, evidentemente sensible, no había formado una pareja estable. Lola quedo pensativa. Evidentemente sorprendida.

-Quizás no llegó a mi vida una persona adecuada que me ame tal cual soy, más allá de la belleza que alguna vez será una foto antigua o un recuerdo.

Vienen. Gozo a morir con ellos. Disfrutan -dicen- como nunca antes. Se van o los hecho de mi vida.

Te llevas bien con la soledad. -dijo Kalman por decir algo.

No me siento sola, tengo varios gatos que gritan de amor o furia en las noches. Y más que nada estoy bajo la protección de la abuela María Luisa.

Sos la nieta preferida de tu abuela -preguntó Kalman

Lo era. María Luisa murió cuando yo no había cumplido los 9 años. Me decía que era la luz de sus ojos. Que podía ver desde mis ojos más allá. Como una eternidad de colores y dicha.

Que historia conmovedora. -dijo con ojos húmedos Kalman.

-Pero ella sigue conmigo, viaja conmigo por donde voy y no es solo memoria.
Pues desde pequeña tengo visiones. O iluminaciones que me permiten ver el rumbo con claridad entre la incertidumbre que domina al ser humano.

Mis novios han pensado que estoy loca, aunque creyeron cuando María Luisa se les aparecía brevemente en la habitación mientras hacíamos el amor.

Prefiero el acompañamiento de mi abuelita para el resto de mi vida. -Dijo Lola con una firmeza que desató rayos desde sus ojos.

Kalman quedo mudo. Sacudido en su racionalidad.

Sabes -dijo Lola en un tono intimista. Cómo de entrega completa en confesión. Cuando llegué a esta casa encontré la foto de mi abuelita en un cajón del armario vacío de la cocina. De cuando joven. Con un Baton floreado. Extendida en una reposera con su mirada clavada para la eternidad del ojo abierto de aquella cámara.

¿Tenés la foto? -preguntó Kalman.

-Claro que si. Lola se perdió en el adentro de la casa moviendo sus caderas que desataban huracanes.

Lola regresó. Su mano vibraba como alita de colibrí trayendo emocionada la foto en blanco y negro.
"Mi abuelita María Luisa me acompaña por donde vaya y seguramente dejó esta foto de juventud para que me quede a vivir aquí. Fue una señal. La acepte. Me quede encantada a vivir en esta casa.

Kalman sintió una ráfaga de frío inexplicable.

La foto de la joven en la reposera era indudablemente la de su tía Raquel.


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