*Dibujo de Erika Kuhn.
https://obraerikakuhn.blogspot.com/
DESDE LA TORRE OSCURA*
No siempre sembraremos
mientras otros recogen
El dorado aumento del
fruto a punto;
No siempre el semblante
abyecto y mudo
Para que los hombres
menores sujeten
a sus hermanos
despreciables;
No eternamente
mientras otros descansan
Nosotros encantaremos
con flautas dulces
sus limbos;
No siempre nos
inclinaremos ante lo sutil y
brutal;
No fuimos hechos para
llorar eternamente.
*Countee
Cullen
(1903-1946)
*Del libro “Harlem: los blues de la historia”, de Eduardo Dalter; Ediciones del Nuevo Cántaro, Buenos Aires, 2010.
Imaginación y
colapso*
*Por Alejandro
Badillo. badillo.alejandro@gmail.com
La idea del fin de la civilización ha
estimulado la imaginación de la humanidad desde tiempos antiguos. En
particular, las ficciones han jugado un papel importante para crear escenarios
futuros en los cuales el mundo construido por los humanos colapsa. La religión
y los mitos están impregnados de una poderosa idea de la finitud, aunque,
curiosamente, el Dios cristiano y de otros credos monoteístas no tenga
principio ni fin. Lo anterior era una característica que sorprendía a los
filósofos coetáneos de los primeros pensadores cristianos, pues, para ellos, el
infinito estaba relacionado con el caos y lo imperfecto. Cuando la fe cristiana
moldeó la llamada cultura occidental se propagó el dogma de la resurrección de
los muertos y la segunda venida de Cristo para juzgar a todos los que habían
existido en una suerte de episodio final del hombre en la Tierra.
La aparente pérdida de influencia del
pensamiento religioso después de la Ilustración provocó que las ideas
finiseculares y, sobre todo, escatológicas, tuvieran menos importancia. Siglos
después, la sociedad industrial empoderó al individuo que combatió las antiguas
creencias a partir de la técnica y el dominio de la naturaleza. La idea de
progreso, por ejemplo, creó la fantasía en la que el colapso de la civilización
era algo que se podía gestionar o evitar por medio del conocimiento y la
ciencia. El hombre regresó, de esta manera, al pensamiento religioso disfrazado
de fe irrestricta en la tecnología.
Llegado el siglo XX, géneros literarios
como la ciencia ficción promovieron la posibilidad de que el hombre podía
escapar de su destino, es decir, del final de su existencia en el planeta
Tierra gracias a la colonización del universo. Sin embargo, la utopía de una
emancipación humana pronto ha sido absorbida por la ideología de extrema
derecha —entre otros nombres que se le puedan adjudicar —de los corporativosde
Silicon Valley que proyectan colonias privadas en el espacio, o en planetas
como Marte, para la élite que pueda pagarlas. Al mismo tiempo, las ficciones futuristas
también crean utopías para derrotar a la mortalidad humana. Dicho de otro modo:
el fin del cuerpo y su funcionamiento. Los mismos oligarcas que sueñan con
reinos privados en el espacio difunden el evangelio de la inmortalidad o, al
menos, la intención de expandir la vida más allá de los cien años.
Hay una vertiente aún más radical: la
“singularidad tecnológica” que especula con máquinas que rebasen la
inteligencia humana y que cambien nuestra evolución, integrándose a nuestros
cerebros o ADN. La serie Years and Years
—coproducida por la BBC y HBO— imagina el futuro cercano de Inglaterra en un
lapso que abarca desde 2019— año en que se transmitió la serie— hasta 2034. En
la ficción, una adolescente fantasea con la idea de ir a una empresa de última tecnología
para someterse a una eutanasia. Una vez realizado el procedimiento,
“descargarán” su cerebro en la nube y, ahí, vivirá una vida inmortal y sin
límites. Aunado a este deseo, por supuesto, está una existencia sin sentido,
abrumada por una sociedad inmersa en un colapso continuo.
Las ficciones del fin de los tiempos, al
menos aquellas que forman parte del statu
quo y que vemos continuamente en películas, novelas, videojuegos y
propaganda comercial, nos dirigen peligrosamente a un escenario sin escapatoria:
el final del mundo civilizado y la llegada de un amplio catálogo de distopías.
Hay mucho de dónde escoger: los infectados por los hongos de la serie The Last of Us, basada en el videojuego
del mismo nombre, o historias como la que muestra la producción surcoreana El
juego del calamar, en la que un grupo de personajes víctimas del capitalismo
extremo de nuestros tiempos compiten por voluntad propia para llevarse un
premio multimillonario. En la competencia son asesinados por otros
participantes o por los guardias que vigilan los juegos. Esta versión del fin
del mundo es cada vez más popular en una sociedad global individualista y
acostumbrada a la idea de la ley del más fuerte. Una humanidad que se devora a
sí mismo —que abandona casi cualquier rasgo de empatía o colaboración— se vende
en muchas ficciones como una especulación futura que se integra a nuestra vida.
No hay lugar para cuestionamientos más serios: debemos elegir la sobrevivencia
o la muerte y no pensar en cómo llegamos ahí.
La nueva visita en el siglo XXI al fin del
mundo está determinada, como lo han descrito muchos intelectuales, por la
crisis de la imaginación. El crítico cultural Fredric Jameson acuñó una idea
que se ha vuelto muy popular a lo largo de los años: “es más fácil imaginar el
fin del mundo que el fin del capitalismo”. La frase indica la alarmante
imposibilidad de romper con un paradigma que tiene, como centro, un sistema
económico que nos conduce a un colapso social y ecológico. La crisis
civilizatoria, entonces, se ofrece como una historia de terror que potencia las
incontables violencias que vemos a diario en los medios de comunicación.
Para normalizar esta historia y evitar
respuestas políticas, se popularizan distopías nucleares, ecológicas, políticas
y hasta extraterrestres. En ellas, nos salvamos en el último segundo gracias a
un valeroso grupo de humano —generalmente estadounidenses— que derrotan al
monstruo. Ellos conjuran la amenaza espacial, dinamitan un asteroide asesino o
sobreviven en algún lugar remoto para poder empezar de nuevo. También se
normaliza la idea de que el mundo que habitamos no puede colapsar porque,
sencillamente, es imposible. El antropólogo Alexei Yurchak acuñó el término
“hipernormalización” para describir un estado en el cual las personas se abstraen
de la realidad mientras colapsa o está a punto de colapsar el sistema social en
el que han vivido toda su vida. Yurchak analiza el caso de la Unión Soviética
tardía, cuando había innumerables señales que anunciaban el fin del comunismo
y, sin embargo, los ciudadanos pensaban que vivían en un modelo social que
perduraría por muchos siglos. Esta simulación, por supuesto, era mediada por un
gobierno autoritario que se valía de la censura y la vigilancia para controlar
a la población.
En el siglo XXI no ha desaparecido la
vigilancia, pues ahora es implementada por países como Estados Unidos y China.
El Gran Hermano orwelliano, en esta nueva versión, se mete en nuestras casas no
como un artefacto impuesto por el gobierno sino por medio de los avances más recientes
en celulares, pantallas, autos y cualquier tipo de electrodoméstico. Nos
vigilamos a nosotros mismos por el bien del sistema.
La normalización del fin del mundo también
es consentida por una clase alta hedonista que difunde su frivolidad como
modelo aspiracional para los demás. Por otro lado, la imaginación literaria
ahora se limita a representar una realidad agotada mientras que en tiempos
pasados articulaba críticas al poder y cuestionaba a la sociedad desde el
humor, lo estrafalario, lo grotesco y lo político. En muchos casos, los
escritores se limitan a explorar su vida interior en un ejercicio de evasión.
Los lectores se convierten en espectadores pasivos, mirones de las vidas de
autores ahora convertidos en personajes por medio de la autoficción. Es lógico:
el terror escatológico —cuando se tiene conciencia de ello— invita a mirar a
otro lado para no enfrentar el colapso. Sin embargo, el colapso también se
puede enfrentar con la utopía y la imaginación colectiva. Este proceso no tiene
que ver, forzosamente, con una esperanza ingenua. Algunos autores han mostrado
que se puede imaginar desde un proceso de disolución social en el cual se
materializan nuestros miedos.
Las pequeñas utopías, calificadas por el
pensamiento conservador como ingenuas, proyectan para nuestro futuro sociedades
sometidas a una jerarquización radical, injusta y violenta. A pesar de ello,
nos proponen actos de resistencia que ayudan a pensar en alternativas. En la
famosa novela de Ray Bradbury, Fahrenheit
451, se prohíbe leer y hay un cuerpo de “bomberos” especializado que
incendia los libros que encuentra o que son denunciados. Un grupo de personas
se rebela ante la pérdida de la lectura —la extinción de la imaginación— y
memoriza durante toda su vida un libro entero para que no se pierda. En ese
lapso de tiempo, lo transmiten de forma oral a alguien más joven para que la
historia siga viva por generaciones. La mera posibilidad de imaginar una
historia y contarla en medio del desastre nos puede alejar de la parálisis del
fin del mundo.
*Fuente: https://casadeltiempo.uam.mx/index.php/38-ct-vi-23/723-ct-vi-23-imaginacion-y-colapso-alejandro-badillo?
-Alejandro
Badillo
(Ciudad de México, 1977)
Es autor de varios libros de narrativa
entre los que destaca El clan de los estetas (Universidad Veracruzana. Premio
Nacional de Narrativa Mariano Azuela). Es colaborador habitual de La Jornada
Semanal, Confabulario de El Universal, Revista Común y La Tempestad.
Ese árbol. *
Sí, ese árbol habló.
Habló con el murmullo de sus hojas,
-desvanecidas de amarillo-
mientras el otoño trepa en el aire.
Habló con todas las voces que lo habitan
invitando al sosiego de su ramaje extendido;
largos brazos buscando la luz, indicándola,
sugiriendo esa tenacidad que vislumbra un
maestro.
Habló en el lenguaje maderamen,
que llena los fogones de quien fuere sin
preguntar.
Habló desde la quilla de un bote pescador
desde el silencio creciente de sus raíces.
Habló desde el mirador fortinero de las
pampas
desde los altares de los dioses diseminados
en el hombre
desde todos los teatros del mundo
desde todas las mesas, cucharas, ruedas,
cascos de roble
durmientes ferroviarios, barcazas, flechas
cautivas, bancos de plaza y de
/los otros.
…
El árbol habló.
Fui semilla, dijo.
Fui semilla, dijo el árbol.
Fui semilla adormecida y germinal.
Fui semilla de bolsillo, de agujerito, de
pico de pájaro
y del viento, de la nube y de la hormiga.
Fui semilla rodando por doquier
adormecida en el tiempo, lo necesario, para
que
esa preñez de árbol creciera en mí.
No soy más que esto. Y no es poco serlo.
*De Oscar
A. Agú.
Santo Tome. Santa Fe.
LLAMANDO A LAS
MINORÍAS SILENCIOSAS*
Hey
Vengan
Salgan
Dondequiera que estén
Necesitamos tener un encuentro
en torno de este árbol
Que no ha sido
plantado
todavía.
*June
Jordan
(1936-2002)
*Del libro “Harlem: los blues de la historia”, de Eduardo Dalter; Ediciones
del Nuevo Cántaro, Buenos Aires, 2010.
APOCALYSE NOW*
Empezó como suelen empezar las cosas, con
signos mínimos, insignificantes, casi invisibles. Una automotriz anunció que
dejaba de fabricar su auto más vendido. Le siguieron otras.
Esto pasó muchas veces en la historia del
capitalismo, es como una rutina naturalizada. Un producto que deja de generar
dinero no se produce más.
El mundo, la inmensa fábrica y arsenal de
mercancías tenía una industria clave: producir ese artefacto de cuatro ruedas
que pudiera ser símbolo de status y quizás tener un valor de uso importante.
La nueva crisis, cuyo contagio no pudo ser
aislado comenzó en un remoto país sudamericano.
Un periodista se detuvo al ver a una mujer
de unos 70 años que golpeaba furiosa con un palo un auto que le dejaron
estacionado en la calle obturando la salida de su garaje. La mujer había hecho
la lógica: llamar a la policía para denunciar que el auto estaba allí. La
policía le contesto que esa patente no tenía denuncias de robo. Era un auto sin
pedido de captura, sin denuncias, un abandono sin explicación.
Luego de varias llamadas un gentil oficial
Kurtz le explicó que "de la nada" los abandonos de autos se habían
multiplicado.
Desde ahora mismo el mundo será “un caracol
que se arrastra por el filo de una navaja de afeitar”.
Eran autos impulsados a combustible fósil.
Aunque los vehículos con motores eléctricos tampoco podían ser utilizados por
la cíclica falta de energía en extensas zonas.
La crisis económica de ese país había
empezado con aumentos descontrolados de precios.
Las personas abandonaban sus autos al
terminarse el combustible. No les importaba ninguna consecuencia como la
pérdida de un valor. Algunos más conservadores dejaban sus autos en sus
jardines. Allí con el paso del tiempo eran cubiertos por plantas. Las flores
cubrían en primavera las manchas de óxido. Los cementerios de autos crecían. La
crisis fue contagiando al modo de producción de un modo ilógico e inexplicable.
Un profeta había anunciado el retroceso a una
época de carretas tiradas por bueyes.
*De Eduardo
Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
Desde
las profundidades de la noche*
Desde las profundidades de la noche
surgimos como un sueño sin banderas.
Resucitados y anhelantes
resolvimos prendernos en el viento
y atravesar las nubes tormentosas
que amenazaban, negras, nuestro sueño.
A un horizonte inmenso nuestros ojos
volaron;
como locas gaviotas errantes planeábamos,
pero eran nuestros títeres los que se
arracimaban
en la alegre cubierta de un barco que
zarpaba.
Toda costa escondía una sorda presencia.
Siempre creímos que el mar nos salvaría
pero el mar resultó una pantomima,
una niebla poblada de fantasmas
que a nadie revelaron su secreto.
Y llegaremos, si llegamos algún día,
a ese horizonte que nos prometieron,
sólo para descubrir, horrorizados,
una tierra en tinieblas, una vasta
penumbra,
un hostil territorio que a nadie da cobijo,
una noche terrible sin velas ni azucenas,
un pábilo extinguido sin ventanas ni
estrellas.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
-De Destierro
LOS DESPUNTADORES DEL ALBA*
No venimos a librar una batalla
con espadas sobre esta colina,
No es el deseo desolar la vida
ante una obstinada voluntad.
Aunque bien moriríamos como algunos
murieron
Agitando un camino hacia el sol
renaciente.
*Arna
Bontemps
(1902-1973)
*Del libro “Harlem: los blues de la historia”, de Eduardo Dalter; Ediciones
del Nuevo Cántaro, Buenos Aires, 2010.
EL CAMINO
INEVITABLE*
Puede ser que sea ésta una situación
injusta, probablemente seamos todos humanos y debiésemos tener todos las mismas
oportunidades, pero ya es tarde, definitiva e irremediablemente tarde.
Consideramos que el tiempo y la evolución
condujeron a esta situación, que la cadena de acontecimientos era un destino,
que con la modernidad se disparó una fatal aceleración histórica que cumplió
etapas que vistas desde aquí se presentan como inevitables. Algunos piensan que
todo estaba prefigurado desde mucho antes, que quizás e inclusive nuestra
propia genética no permitía otra cosa que este desenlace. No lo sé, y las
disquisiciones al respecto son totalmente inútiles.
A lo largo de las centurias se fue creando
una notoria división entre privilegiados y plebe. Esta separación no era tan
clara cuando existían diferentes países, distintas etnias. Muchos siglos hubo
de convivencia donde ricos y pobres se mezclaban, fluctuaban, eran
culturalmente distintos pero de alguna forma intercambiables.
Fue después de la irrupción de la
descontrolada tecnología cuando empezamos a diferir de forma tan radical que
físicamente no somos ya la misma raza. Existió mucho tiempo el error de
considerar como razas de seres humanos a la gente agrupándolos según el color
de piel; la amarilla, negra, la blanca. Claro está que el ser humano es una
sola raza, o lo era.
Sólo los ricos pudieron manejar la genética
de sus hijos, y acabamos siendo todos perfectos. Todos los ricos, que no
solamente fuimos incrementando nuestra inteligencia sino nuestra excelencia
física, y con estas invaluables ventajas la brecha entre nosotros y ellos se
fue haciendo desmedida e infranqueable. Luego vino la conexión entre nosotros a
través de un sistema intracorporal, con la constante posibilidad de recurrir a
la red instalada en nuestros cerebros. Todos los saberes aquí, cada cuerpo
bello y sano parte de un saber totalizado.
Hubo que organizar grandes purgas en los
últimos años de la convivencia. Sé que fue muy discutido y que algunos de
nosotros no estuvieron de acuerdo, pero finalmente se hizo. Las guerras
impulsadas con el solo fin de reducir poblaciones, algunas enfermedades que se
cebaron en las barriadas miserables, y finalmente la esterilización para dejar
un número manejable y útil de sirvientes. No los llamamos así, eso sería
despectivo. Les decimos ayudantes o trabajadores.
En este momento ya hemos recuperado el
ecosistema del planeta casi a niveles prehumanos, y la población se reduce cada
vez más pues no tenemos necesidad de grandes comunidades. La tecnologización de
todas las actividades no requiere de demasiados trabajadores. No alentamos
entonces tampoco la natalidad de los ayudantes.
Yo vivo en mi propio espacio desde hace
cien años. Me mantengo en contacto con otros humanos a través de la red, pero
contando con toda la música, toda la literatura y toda la ciencia en la propia
cabeza, no utilizo demasiado la comunicación con otras personas, sino la
interconexión de datos.
Me da miedo la muerte, todavía puedo vivir
un buen número de años pero morir es inevitable. Creo que ese pensamiento se me
ha ido instalando últimamente, y me ha producido el extraño deseo de
encontrarme con otro ser humano. Reunirme con otra persona, realmente qué
extraño deseo ya que puedo contactar a cualquiera instantáneamente. Pero algo
me insta a moverme físicamente a través del espacio natural en una especie de
aventura.
Mi perfección física será puesta a prueba
nuevamente. Recuerdo que antes nadaba en mi piscina, trotaba por los extensos
jardines, danzaba con la música que sonaba clara y gozosa en mi cerebro. Hace
mucho, hace cuánto.
Ahora que lo pienso, las últimas décadas
fui cayendo en una introspección y reduje todas mis actividades a lo virtual.
Me dediqué bastante a la filosofía y la música, recostado en este lecho donde
vivo alimentado por fluidos. Hace mucho que no como con mis dientes, saboreando
con mi lengua y oliendo con mi nariz. He recreado sabores y olores
virtualmente, gustando todo lo almacenado en la red. Hace cuánto que no toco
con mis dedos reales un trozo de comida. Hace mucho, pero cuánto.
Me fui confinando a la virtualidad,
transcurriendo mis jornadas dentro de mi propio cerebro, viajando por las
conexiones etéreas de una red invisible de datos.
Abro los ojos. Veo el cuarto donde me
encuentro y es igual al que veo con las cámaras de la red en mi mente. Me
tranquilizo. No puedo levantarme.
He perdido toda a musculatura, me duele
cualquier intento de movimiento. He sido descuidado. Me espera una larga
recuperación.
Llamo por la red un ayudante. Destrabo las
cerraduras. Tengo todos los conocimientos médicos necesarios para
rehabilitarme, pero necesito un trabajador que realice algunas acciones por mí.
Lo veo entrar por el parque, es un hombre
joven vestido de azul. Escucho sus pasos que se acercan por la casa hasta el
cuarto donde me encuentro. Llega junto a mí, me mira y ya puedo seguirlo con
mis propios ojos. Es tan extraño sentir cómo huele a animal, a humedad, a algo
como grasa o aceite.
No puedo usar la garganta aún, mis labios
se han pegado, así que uso los altavoces conectados a la red y le doy las
primeras órdenes. Le digo que me desconecte de la máquina de alimentación y se
prepare para llevarme a la habitación médica.
Olvido la estupidez de estos seres. El
trabajador me mira sin comprender mis órdenes. Ha desconectado la máquina de
alimentación pero allí se queda, mirándome yacente en mi lecho.
Le hablo desde el equipo sonoro con
paciencia, utilizando palabras sencillas y con lentitud. Lo veo desde abajo,
con mis ojos, pero a la vez lo veo de atrás parado frente a mí y la imagen de
mí mismo acostado utilizando la camarita del techo.
Me comunico con el resto de las personas
perfectas, de los reales humanos que estamos en nuestras casas distribuidos por
el mundo. Todos yacen en sus lechos, todos han pasado los últimos años en la
somnolienta vida de la red.
El trabajador, lo veo por la camarita del
techo, sostiene un tubo de hierro con las manos en la espalda. Alcanzo a pensar
que quizás estamos cumpliendo el destino humano y que es tarde,
irremediablemente tarde.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
TÚ ESCRIBES…*
Tú escribes para
cambiar el mundo, sabiendo
perfectamente bien que
probablemente no puedas
hacerlo, pero también sabiendo
que la literatura
es indispensable para
el mundo ... El mundo cambia
de acuerdo a la forma
en que la gente lo ve, y
si tú modificas,
aunque sea por un milímetro,
el rumbo, la gente lo
vería como una realidad;
entonces tú puedes
cambiarlo.
*James
Baldwin
(1924-1987)
*Del libro “Harlem: los blues de la historia”, de Eduardo Dalter; Ediciones del Nuevo Cántaro, Buenos Aires, 2010.
CUADRATURA DE
LA VÍA LÁCTEA*
Heme aquí, en pensamiento vivo.
En iteraciones de memoria.
No sé de qué arcano mundo vengo.
De qué galaxia.
De cual reencarnación.
Cuadratura de la Vía láctea.
Un hombre me ha cubierto.
Me ha legado los ropajes de Safo.
Me ha colocado el traje de George Sand
Y fui hembra de llovizna temprana.
Y he gritado en la fosa de los muertos.
Me han tapado la boca con renacuajos
muertos.
Con palabras de abismo.
Con voces de ventrílocuos locos
Han mutilado mi carpelo, mi semilla.
Han rapado mi larga e inacabable noche.
Poseidón cabalga en un caballo de agua.
Otro hombre me llega desde lejos.
Me ha vestido con perfume de lluvia.
De algas secretas en escondidas rocas.
Me ha llamado rosa, piedra, cule
Me ha sido impuesta su vara de Esculapio.
Me ha friccionado el cuerpo con hierbas
milagrosas.
Ha quitado una a una las escamas de cristal
de roca.
Me ha besado las terrenales cuencas.
Ha cortado de un tajo mis intangibles
miedos.
Me desvistió por dentro.
Me ha dado lo negado.
No sé, aun, de que galaxia vengo.
De cual reencarnación.
Pero heme aquí vestida con flores de
algodón.
Del Arca de Noé queda un potro oscuro.
Y lo abrazo con mis lenguas de fuego.
Y soy acequia. Aljibe. Regadío.
Frenesí de la noria. Frenesí.
*De Amelia
Arellano.
San Luis
La palabra que sana*
Esperando que un mundo
sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta el lugar en que se forma el
silencio. Luego comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar, ni
tampoco el mundo. Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa.
*Alejandra
Pizarnik.
El
hombre que viene del futuro. *
Mi amado
niño del sol y el polvo
La Madre Tierra
Tómate un momento
y escuchar al pájaro llorando
dentro de tu corazón
Escucha el viento baja
desde las montañas más altas
advirtiéndote de los días más oscuros
cuando el amor será desterrado.
Mi amado
hijo e hija de la música
de todos los idiomas hermosos
Escuchen a este viejo ciego
que viene del futuro
para advertirte
de odio y ceguera
porque ambas son las fuentes
de la miseria humana.
Mi amado
Escucha al pájaro llorando
Escucha el viento baja
desde las montañas más altas
Escucha, escucha, escucha
Mi amado!
*De Daniel
Montoly. danielmontoly@yahoo.es
Columbus. Ohio
*
La poesía muestra la
desnudez, lo que revela el cuerpo desnudo: estoy aquí, soy esto. Toda desnudez
produce una sensación crispante, un malestar. Pero la desnudez también incita a
la unión por lo que muestra de la debilidad y la incompletud. Unión es nuestro
orden. Se ordena ficcionalmente en la poesía, se une ficcionalmente en el amor.
Dos formas de erotismo.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
EL TREN HACIA
LA NADA*
Just a small town girl
Living in a lonely world
She took the midnight train
Going anywhere…
Don´t stop believing
Journey
En las noches, cuando los párpados se
resisten a continuar la lectura de turno, abordo el tren hacia la nada.
He circulado en este tren desde que tengo
recuerdos. A pesar de que el viaje es en un solo sentido, puedo recordar con
nitidez de óleo y pincel fino sus múltiples paradas. Puedo verlas, si abro
determinadas ventanas temporales: ahí está mi infancia en el castillo de hojas,
mi adolescencia solitaria, el descubrimiento del amor, la primera visión del
rostro de mis hijos, las emociones recibidas o entregadas, alegría, silencios,
lágrimas, aquellos que han ido bajándose en diferentes estaciones, unos tras un
largo viaje, otros tras un breve recorrido, suficiente para dejar su impronta
en el resto de los viajeros.
A veces cambio de cubículo. Hacer el viaje
en compañía solo vale la pena cuando es agradable, cuando del intercambio
salimos ganando los ocupantes. No es triste, me da la oportunidad de conocer
nuevos pasajeros, registrarlos en mis recuerdos, quedar en su memoria. Guardo
una grata nostalgia de vagones anteriores, pero intento vivir intensamente el
aquí y ahora de cada asiento que ocupo, aprender lo máximo que me brinda el
momento. Es la esencia del viaje.
Puedo considerarme afortunada, he vivido
experiencias extraordinarias. He logrado atisbar realidades cuyas
reminiscencias me acompañan al despertar y dan vida a mis creaciones
literarias. He viajado a mundos paralelos, donde mis almas gemelas se debaten
en similares incertidumbres. He vislumbrado la presencia de seres que a otros
pasan inadvertidos, peregrinos, mensajeros o simplemente extraviados en la
grieta que separa los universos alternativos.
Pero lo mejor del tren, lo que más adoro y
me hace aguardar con alegre paciencia el instante de abordarlo cada noche, es
que, no importa si largo o corto el camino – aunque siempre ha de valer la pena
-, si solos o en compañía, sea cual sea el destino, conocemos cuál ha de ser la
última parada.
*De Marié
Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba.
-Próxima estación:
ESTACIÓN GOYENECHE.
-Continuidad literaria
por el Ferrocarril Provincial:
GOBERNADOR
UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN
DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA.
D. SÁEZ.
J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL
ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS.
INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
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