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EDICIÓN NOVIEMBREE 2025

 


*Dibujo de Erika Kuhn.

https://obraerikakuhn.blogspot.com/

 

 

 

 


 

 

 

 

HAY UN AIRE*

  

Hay un aire a libélula en la tarde.

Un aire a serenatas trasnochadas.

Un aire a madre, a rocío, a violetas.

Hay en el aire un sabor a nostalgia, que duele hasta vivir.

Hay, un susurro incierto que enmudece las mazorcas.

Hay espectros que semejan sombras.

Al intentar tomarlas se evaporan.

No se sabe adónde ni porqué ni en que luna partieron.

 Hay, sin embargo en el aire embriagado de la tarde,

Olor a jarillales, a pan casero, a rezo.

 Inocencia que mira el horizonte, abrazada a la muñeca de palo.

Está, el asombro cabalgando en tardes de vitrales.                          

No está la anciana, ni la mujer, ni la niña ni el hombre

Tampoco está la infamia.

Hay en el aire un sabor a nostalgia, que duele hasta vivir.

 

*De Amelia Arellano.

San Luis.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ventana abierta al aire de la noche*

 

*Por Irma Verolín. irmaverolin@hotmail.com

 

Cuando estamos juntos durante la noche, aquí, en casa, su deseo llama al miedo. Y el miedo llega sin aviso, irrumpe con sus grandes alas y se despliega.  Generalmente él se la pasa dando vueltas alrededor de mí con su clásica reticencia y su flaca figura. Esta noche especialmente sentí su olor, su familiar olor a vainilla y a algo más que no logro distinguir.

     A mi edad hacer el amor con un hombre se vuelve un juego en el que el tiempo titubea y se extravía en sitios insospechados. De cualquier modo, qué sentido tiene pensar en esto, me digo, me lo repito mientras mis pensamientos recorren sus embrollados vericuetos hasta ocupar completamente el espacio de mi mente. Entonces soy solo pensamiento, una frugal manera de escaparle a la vida, un acertijo sin respuestas. Entro en un ir y venir en el que la historia se prolonga en deformadas profundidades.  ¿Qué historia? La nuestra, la de él y la mía, pero por separado.  La profundidad se alarga, se estira trastornándolo todo, envolviéndolo todo en una extraña dimensión, soy extraña para mí misma, mi propio nombre me es extraño y el hombre que está aquí conmigo, también.

    Puedo ubicarme fuera de la escena, pero   mis sensaciones me tironean, debo entrar, dejarme atravesar por la situación, sumergirme en lo que está aconteciendo para que lo que debe ocurrir deje de esquivar su inicio. Somos dos, lo que ya resulta suficiente para que surja un conflicto.

   ¿Soy yo quien está aquí?, ¿él es él?  El aire de la noche no gira en el cielo ni canta. Lo que él evita decir, lo que calla, lo que omite pronunciar crece dentro de mí como una maleza, como una enormidad, alimenta un silencio que carece de la necesaria boca de salida y nos convierte en eso imposible de ver desde afuera, pero en lo que tampoco soy capaz de participar.

   Él acaba de decirme que no, que mejor no. Me cuesta recordar la pregunta que le hice. Aunque quizá faltó mi pregunta y su no ha nacido de nuestro desconcierto. Nuestro desconcierto es un abrojo que envuelve otro abrojo y a su vez otro y otro. Él tironea de la sábana y yo quedo enroscada, subsumida en el rollo de una tela que pretende asfixiarme.

   Pienso: las cosas son efímeras, su mano sobre mi muslo también lo será.  Lo efímero se siente real momentáneamente aunque después parece que jamás existió. Después viene el después, siempre viene el después donde mi cuerpo no se halla, como solían decir los colonos en la provincia de Misiones cuando yo tenía treinta años y la vida todavía era una invención novedosa para mí.  Qué pena: la novedad se perdió entre las sábanas. Lo efímero, esa bestezuela sin uñas ni dientes me perfora el alma.  Ahí radica el problema y con él irremediablemente el problema se agranda porque amaga, amaga y al rato se arrepiente. Por ejemplo, su mano en mí muslo. Su sí y su no se confunden, se disfrazan uno del otro y así la vida se vuelve este remolino que me traga. Le pedí que cerrara la ventana. Hizo como si fuera a empezar a hacerlo, pero se quedó en el apronte. Si la cerró no me di cuenta, debió ser una de sus tantas acciones interruptas.

   La gata se comporta igual. Creo que antes de que él llegara a esta casa no era así, enseguida empezó a copiarle las costumbres. Con semejante mal ejemplo poco y nada pueden esperar los animales de los humanos. Últimamente la gata se niega a recostarse en mi cama, prefiere el sofá o una silla del comedor e, igual que él, da un salto y se escapa.  Podría dudar de quién copia a quién, aunque apuesto un millón de dólares que fue él quien le contagió a mi gata sus malos hábitos. O, mejor dicho, su manía de huir. ¿Huye de mí? No, creo que se trata de una actitud ya incorporada y yo vine nomás a ponerme delante del panorama de su existencia. La fuerza de la costumbre, pura costumbre, no hay remedio para eso. Nombré por segunda vez la ventana abierta y quisiera apostar a que la cerró, aunque esta vez prefiero dejar de apostar. ¿Me lo dijo? ¿Qué me dijo? Hablar, para ser sincera, no es lo que mejor le sienta. Él ama el silencio y su silencio se arraiga en una nada perdurable y llena de una sustancia gelatinosa. La gata va y viene y, de pronto, se sube a la cama y empieza a mordernos los talones. Sorprendente.  Arqueando las cejas su voz masculina sentencia: Está celosa. Y echa hacia los alrededores una mirada inquietante o dudosa o cargada de misterio, o vaya a saber qué.  No falta mucho para que, como siempre, cuando terminemos de hacer el amor y su cuerpo realice ese movimiento tan conocido, su cabeza cayendo pesadamente sobre la almohada y los brazos desplomándose, va a comenzar, con envidiable eficacia, a urdir, a tramitar, a gerenciar su huida. Houdini, el rey del escapismo. Primero un comentario o una simple pregunta: ¿Qué hora será?  Y yo le hago la remanida pregunta: ¿Tenés que levantarte temprano mañana?, ¿vas a quedarte a dormir? Puedo adelantar su reacción: Mmmmm, me espera un día complicado mañana … como en las novelas rusas la vida, el mundo, los percances diarios de manera inevitable se interponen en la continuidad del amor. Se le adivinan las ganas de irse en la tensión de los hombros y en la comisura torcida de sus labios. Sé que irse es la menor de sus preocupaciones, quiere hacerlo disimuladamente, con justificación, con cierta elegancia. ¡Ni que esta cama fuera la cárcel de Alcatraz! Que intente ocultar sus deseos lo transforma en un personaje tragicómico para mí. Le he visto ensayar unas cuantas estrategias, mal no le fue. Siempre se ha salido con la suya sin que yo lo haya puesto en evidencia. Claro que el arte del disimulo, a la larga, a estas alturas del amantazgo me cansa un poco. Al fin de cuentas soy una persona compasiva y trato de   mantener la paciencia. Irse cuanto antes y hacerlo sin que se note debe agotar sus últimas reservas de energía varonil.  Por eso trato de esquivarle la mirada cuando hablo, parecemos las típicas imágenes egipcias que miran de costado y aun así cuando, en mitad de la madrugada, mientras me pongo a las apuradas la bata y abro la puerta de calle para despedirlo, sumo una frase maternal: abrígate que hace frío. Él, para rubricar su puesta en escena, por lo general dice algo parecido a: prefiero manejar de madrugada, hay menos tránsito en la ciudad. Su tono persuasivo, condescendiente, casi paternalista, suma una gota de justificación absurda a la negrura de la noche que se extiende del otro lado de la puerta de calle.  Sin duda a las tres de la madrugada a más tardar va a estar sentado en su coche. Si miro su cara con atención voy a percibir su alegría contenida al escucharme decir: Bueno, si preferís irte o qué lástima que tengas que irte ahora. Dormir junto a mí, por lo visto se vuelve una empresa temeraria para él. No entiendo por qué tanta resistencia, al fin y al cabo dormir se trata de cerrar los ojos y olvidarse del mundo y yo, desde ya, estoy incluida en el mundo, o eso creo. La gata se volvió a ir, nuestros talones a salvo, sin embargo el animalito está afianzando sus costumbres que van a terminar sumiéndome en la más absoluta soledad. Soledad, qué palabra. Tiene un sentido unívoco y al mismo tiempo está repleta de matices, como su voz, su voz plástica y grave a estas horas de la noche, en esta ventilada habitación que, sospecho, debe tener todavía la ventana abierta porque él no se dignó a hacer lo que le pedí. Entra fresco ¿no?, digo. Puede ser, me contesta secamente. Y lo improbable de los acontecimientos se confunde, se mezcla, se mimetiza con nuestra incertidumbre para sumirnos a los dos en un clima existencialista por excelencia. Cuando me enamoré de él y lo vi caminar hacia un rincón de aquel gran salón, ensimismado, desentendido de los alrededores, ni por las tapas imaginé que huir fuera su característica predominante. Huye incluso mientras está hablando, corta las frases, nunca las termina, huye de su propio discurso como si su discurso pudiese revelar lo que necesita permanecer en las sombras. Se lo he dicho montones de veces, casi tantas como las que le pedí que se fijara si la ventana seguía abierta. Tengo la   sensación de que un chijete de aire entra por ese lado y se me representa que, de buenas a primeras, quedaremos transformados en bloques de hielo. Sí, nos imagino a los dos dentro del recuadro de un comic, nuestras siluetas delineadas, solo el contorno del dibujo sin colorear y con los globos de los diálogos que emergen de nuestras bocas diciendo estupideces. Por dónde andará la gata, espero que la muy sabandija no esté rasguñando mi sofá. ¿Me habré olvidado de cerrar la puerta que da al living? Al parecer esta noche el conflicto oscila entre dejar o no las puertas o las ventanas abiertas.  Ahora él comienza a murmurar con un dejo de letanía, enumera las cosas que tiene que hacer el día de mañana: el mañana se viene a ser la vía de escape más propicia para inventar distancias conmigo. ¿Sí?, le digo y en mi tono hay un matiz de perplejidad fusionado con una considerable dosis de ironía. Los semitonos son mi especialidad, respuesta inequívoca para un profesional de la huida. ¿Qué tendría de malo que durmiéramos juntos alguna vez, de vez en cuando? Entonces sentí un roce, repetí el nombre de la gata pero no, no era la gata. Algo más estaba entre nosotros además de su deseo de huir. Encendí rápidamente la luz alta: una mariposa. Una mariposa de alas tornasoladas de colores anaranjados revoloteaba trazando rítmicos círculos en el aire.  Él se levantó de un saque sin salir de la cama y empezó a mover los brazos. Me dio la impresión de que estaba saludando a la mariposa. Me equivoqué, pretendía cazarla. La mariposa revoloteaba y él daba saltos intentando atraparla.  Ya se había puesto los calzoncillos y las medias, sabe que la huida requiere de sus pasos previos y el primero lo inaugura ponerse la ropa interior, conoce el protocolo de la huida a la perfección.  Yo hice lo mismo, por puro instinto empecé a mover mis brazos frenéticamente intentando elevarme. Saltábamos los dos sobre el colchón bastante rítmicamente, hay que reconocerlo. La mariposa se alejó de la órbita de la cama y su vuelo siguió describiendo amplios círculos en la habitación. De repente sentí que una proliferación de mariposas como la que estábamos queriendo atrapar se desprendía de la boca de mi estómago.  Y con esa ráfaga una parte muy íntima de mí se iba también. La perseguimos, dimos brincos desesperados, nos tropezamos o, más precisamente, nuestros cuerpos chocaron entre sí, él se resbaló, yo me contracturé, sin que lográramos alcanzarla. Así estuvimos hasta que las primeras luces del día se filtraron por la ventana abierta.

 

-Gentileza de la Revista Neaconatus:

https://neaconatus.wordpress.com/2025/11/13/ventana-abierta-al-aire-de-la-noche/?

 

 

-Irma Verolín

Ha publicado libros de cuentos: "Hay una nena que gira", "La escalera del patio gris", “Una luz que encandila” y “Una foto de Einstein tocando el violín”.

"Fervorosas historias de mujeres y hombres" Editorial Ciccus. "Cuentos de mujeres leves" Editorial Palabrava. Santa Fe.

-Novelas: "El puño del tiempo", "El camino de los viajeros" y “La mujer invisible”. Y también una serie de títulos en literatura infantil en distintas editoriales. Obtuvo diversas distinciones entre las que se destacan Premio Emecé 1993-94, Primer Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires Eduardo Mallea, Primer Premio Internacional “Horacio Silvestre Quiroga”, Primer Premio Nacional Macedonio Fernández, Primer Premio Internacional de Puerto Rico, Primer Premio Internacional de Novela Mercosur. Tres de sus novelas fueron finalistas en los premios Fortabat, La Nación de Novela, Planeta de Argentina y Clarín.

-En poesía publicó “De madrugada” en Ediciones del Dock y “Los días”, editorial de la Fundación Victoria Ocampo, Primer Premio Horacio Armani 2014 otorgado por la misma fundación y “Árbol de mis ancestros”, Editorial Palabrava 2018. Algunos de sus poemas fueron traducidos al ruso, portugués e italiano. Fue becaria del Fondo Nacional de las Artes en 1999.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mariposas*

 

De su pasado

no tienen memoria

sino teorías

en las que no creen.

Las razones no son sino

confusa vibración

aleteo de cortejo.

Su ciencia es escasa

y provisoria

tanto como la brevedad de su vida.

¿Habrá decrepitud en ese tiempo

o simple caducidad programada?

Aleteo/no aleteo

sin perturbar los colores

siquiera un segundo.

 

*De Carlos Gabriel Pereira Pastorino. cgperpast@gmail.com

-Del libro “Una cierta mirada” (Editorial Yaugurú - 2023).

-Carlos Gabriel Pereira Pastorino, nació en Montevideo, Uruguay, en 1964. Es Abogado y Escribano egresado de la Universidad de la República (UDELAR).

-Participó del Taller de escritura “El Rincón” que coordina Gustavo Esmoris. Algunos de sus poemas integraron publicaciones colectivas de Ediciones del Rincón, “Alas de papel” (2011), “Pies de lluvia” (2014), “Trazo y voz” (2014), “Refracciones” (2015).

-Publicó en Editorial Encuentros, “Ánimas de Luz trunca”, poesía (2021), en Editorial Yaugurú, “Una cierta mirada” (2023) y “Nube” (2024) en Editorial Yaugurú.

 

 

 

 



 

 

 

 

La recaída*

 

*Por Vanesa Silvina García.

 

Yo permanecía sentada en el sillón de mimbre. Era una sala de espera muy pequeña. A mi derecha la puerta de entrada. A mi izquierda, el mundo desconocido, el túnel detrás de la puerta blindada, condenada a pasadores.

Por una ventanita rectangular se asomaba parte de un rostro extraño cada vez que ingresaba el pan, la mercadería para el almuerzo o alguno de los terapeutas para los internados. En alguna de las oportunidades me dio la sensación de que el rostro tenía un gesto parecido a una sonrisa, pero la ventanita era muy pequeña…tal vez lo imaginé.

Mientras la espera transcurría silenciosa, sin movimiento, sin palabras, pude sentir que las paredes se juntaban, que el sillón se movía al centro de la pequeña sala, hasta tuve la intención de subir los pies y abrazar mis rodillas.

Creo que me sentía sola, pero estaba a gusto, como protegida del afuera. Como si en esos momentos de espera nada peor pudiera pasar.

Tampoco me importaba esperar. Mi tiempo era como una ofrenda, como algo muy valioso que se entrega a cambio de algo más valioso aún.

Ese día sólo estaba allí para que me dijeran si había pasado bien la noche, sólo eso:

“Pasó bien la noche…”

Y yo saldría como pisando algodones, cruzando la calle distraída, llorando al cerrar la puerta del auto.

De pronto el sonido del timbre me sacudió de ese bienestar casi uteral.

Los vidrios de la puerta de entrada traslucían una sombra estática.

En pocos segundos la encargada se acercó a abrir la puerta, confiada, como si supiera quien estaba llegando. Relajada, con paso muy lento, como si entendiera que, aunque tardara en abrir, nada se iba a modificar. La imagen estática no se movería de allí.

La puerta se corrió y entró la luz por detrás de la figura rígida, despeinada, con ojos muy hinchados, y una piel gris, sin brillo, sin perfume. Tenía una pequeña valija a un costado y los brazos echados hacia adelante, como vencida, como si hubiera intentado algo que no resultó.

Ambas mujeres se miraron un instante.

La encargada la rodeó con sus brazos tiernamente, maternal, aunque tendrían casi la misma edad. Le besó la frente, sujetó la valija y la tomó de la mano avanzando en dirección a la puerta blindada.

Ninguna dijo nada. No hubo palabras, no hubo sonidos más que el abrir y cerrar de puertas.

No hubo explicaciones, pedidos ni condiciones, pero yo había entendido sin esfuerzos ni dudas, aquella película muda.

Cuando escuché mi nombre no pude pararme. Antes tuve que bajar los pies del sillón… y soltar mis rodillas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EL TÍO SERGEI*

 

Cualquier persona que tiene una sonrisa perpetua en el rostro, oculta

una violencia que asusta.

Greta Garbo

 

 

Mi madre y su hermano Sergei llegaron en un barco

                                                     [a Nueva York

a principios del siglo pasado.

Junto a ellos, bajó un matrimonio de apellido Demsky

Sus ideas la convirtieron en líder de los inmigrantes rusos.

Al ser expulsada por las autoridades de migraciones

debió abandonar el país de la libertad en setenta y dos horas,

partiendo hacia Argentina en otro barco plagado de pobres.

A su hermano, el hambre y el instinto de supervivencia

lo llevaron a Hollywood

donde filmó, con el hijo de aquella pareja:

Issur Danilovich Demsky, más conocido como Kirk Douglas.

Ya en Buenos Aires, continuó pagando con persecuciones

su línea de pensamiento

mientras mi tío se volvía millonario y con el paso del tiempo

se convirtió en el dueño de varias joyerías.

Esta foto juntos, ajada por los años

en una ciudad que no reconozco

muestra a un hombre impecablemente arreglado, con un

                                                     [traje oscuro

y un sombrero que habla de su ascenso social.

Mi madre, a su lado, sencillamente vestida

con su cabello sujeto por una peineta y una flor, una rosa

asomando de su saco

símbolo de los combatientes de su época.

Los hijos del tío Sergei, ampliaron los negocios del padre

sumando a las joyas, un estudio de cine,

una casa de alta costura y otra de bienes raíces

que aquí se denominan inmobiliarias.

Yo seguí ganándome la vida en los barcos o en los astilleros

viajé por el mundo, aún después de la muerte de mi madre,

arreglando los motores de los transatlánticos

hasta que los aviones terminaron con ellos y con mi trabajo.

Lo curioso, sucedió aquella vez que bajé unos días

                                                       [en Nueva York

y tropecé con carteles de campaña con el rostro del tío Sergei,

candidato a senador por ese estado, una foto gigante que

                                                            [repetían al infinito

las calles, con su eterna sonrisa, abrumadora e insoportable.

Peor aún, cuando vi esa rosa roja en la solapa de su traje.

 

*De Andrés Bohoslavsky. vladimirbeat@yahoo.com.ar

-De su libro Los ojos de Sasha o el fin de un sueño rojo.

Editorial leviatán. 2017

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por un Internet democrático*

 

‘Internet para la gente’, de Ben Tarnoff, invita a replantear el ecosistema digital que moldea de forma cada vez más profunda nuestras vidas

 

*Por Alejandro Badillo. badillo.alejandro@gmail.com

 

Las críticas a Internet y las redes sociales son cada vez más frecuentes. La llamada inteligencia artificial ha polarizado la discusión: algunos la consideran una amenaza civilizatoria; sus propagandistas afirman que revolucionará para bien la industria, la enseñanza y el conocimiento. Muchas personas extrañan los primeros tiempos de la red, a finales del siglo XX y los primeros años del XXI, cuando el internauta podía navegar lejos de los algoritmos actuales, el robo de datos y la publicidad que vuelve imposible leer la información de periódicos y portales digitales. Cada día arrecia la inconformidad contra las plataformas dominantes, que controlan de formas cada vez más coercitivas nuestras vidas. Por si fuera poco, aparecen estudios que muestran la pérdida de concentración y la fragmentación de la atención ocasionada por los teléfonos celulares, el vehículo que ha hecho posible que Internet nos acompañe a todas partes.

Una de las respuestas usuales para rescatar la red es convertirse en un ciudadano digital responsable. A diario leemos a expertos que recomiendan maneras seguras de navegar y desconectarse para conseguir una suerte de “desintoxicación” que prevenga la adicción y sus efectos secundarios. También hay propuestas para regular las redes sociales por medio de leyes que, en teoría, protejan al ciudadano. Sin embargo, casi no se habla de un aspecto crucial: la necesidad de desprivatizar Internet para convertirlo en una tecnología democrática y, sobre todo, sin afán de lucro. Se ha normalizado la idea de que un puñado de corporaciones todopoderosas –Alphabet, Amazon, Apple, Meta, Microsoft, X, TikTok– controlen los medios de comunicación globales y, particularmente, manipulen nuestra manera de entender el mundo. Los medios privados siempre han representado los intereses políticos y económicos de los grupos de poder; sin embargo, no habían tenido el nivel de penetración de nuestra época.

Este año apareció la traducción al español de Internet para la gente. La lucha por nuestro futuro digital (2022), de Ben Tarnoff, periodista especializado en tecnología. El libro es una historia de Internet desde sus orígenes y, al mismo tiempo, una propuesta para convertirlo en un bien público y gestionado por la gente. Para lograr su objetivo, Tarnoff muestra la infraestructura que sostiene Internet y cuenta cómo fue acaparada por los intereses privados. El autor nos invita a imaginar una estructura vertical cuyo último piso son las plataformas y aplicaciones que usamos todos los días. Sin embargo, lo que hace funcionar la red –además de energía– es una larga e intrincada red de cables submarinos que conectan continentes y hacen que llegue a todos los dispositivos globales. Esta infraestructura –desconocida por la gran mayoría de tecnófilos que promueven la idea de una red “desmaterializada”– fue desarrollada por la industria militar estadounidense y, por lo tanto, financiada con dinero público. Posteriormente fue regalada o rematada a los corporativos que convirtieron la red en un territorio para obtener cada vez más ganancias y controlar la comunicación. La última etapa en este trayecto –después de la crisis y el rompimiento de la burbuja de las “punto com” en los primeros años del siglo– es la que podemos identificar con conceptos como “capitalismo de vigilancia”, acuñado por la académica Shoshana Zuboff. La transición consistió en explotar los datos de los usuarios en lugar de funcionar solamente como tiendas en línea. Los usuarios son, en realidad, los que crean valor a partir de sus interacciones y, sobre todo, la información que después alimenta a motores de búsqueda y algoritmos.

Ben Tarnoff muestra, a partir del funcionamiento de Internet, cómo siempre fracasarán las regulaciones a los corporativos que dominan la red. El único objetivo de cualquier empresa, en particular los emporios tecnológicos, es la obtención de ganancias. Cualquier intento de controlar legalmente a los dueños de la red y de las llamadas plataformas se enfrenta a la necesidad de privilegiar un negocio de miles de millones de dólares. La comunicación y la manera de moldear la percepción de cualquier persona no son gestionadas democráticamente. Cuando se entra a Internet se navega entre basura, algoritmos que potencian la emocionalidad y, en los años recientes, contenido generado por bots. La teoría del “internet muerto” –que parecía tener mucho de ficción conspirativa al inicio– comenzó a cobrar realidad con oligarcas como Mark Zuckerberg, cuyas propuestas más recientes incluyen sustituir la interacción humana con perfiles en redes sociales creados con IA. No sólo eso: la aparición de resúmenes creados por la misma tecnología en Google, el principal motor de búsqueda, representa una amenaza existencial a los portales que dependen de las visitas para tener ingresos por publicidad. La información ahora está pensada para alimentar los algoritmos y no para establecer acuerdos ni hacer política.

Por medio de ejemplos recientes, Tarnoff nos señala algunos caminos para democratizar Internet. Uno de los más importantes, por ejemplo, es la consolidación de cooperativas que puedan conectar a poblaciones abandonadas por los corporativos, ya que no son negocio para ellos. Incluso en la época del expresidente Biden hubo algunos avances para empoderar a algunas comunidades gracias a nuevas legislaciones y apoyo del Estado. La nueva llegada de Donald Trump a la Casa Blanca amenaza con acelerar el dominio de las empresas tecnológicas. De igual forma, la parte superior del edificio –las páginas y plataformas que manipulan a los visitantes– debe ser puesta al servicio del interés de la sociedad y no de los experimentos muchas veces ilegales de los dueños de empresas como Meta, Amazon, Tesla y demás. Las llamadas innovaciones tecnológicas pudieron ayudar a mejorar la vida de las personas cuando se transmitieron democráticamente y sirvieron como herramientas.

Como muestran los investigadores Daron Acemoglu y Simon Johnson en su libro Poder y progreso. Nuestra lucha milenaria por la tecnología y la prosperidad (2023), invenciones como el molino de trigo estuvieron en el centro de muchas disputas entre los terratenientes y los que cultivaban la tierra. En el pasado, la tecnología podía ser adaptada para los propósitos de las comunidades lejos de los centros de poder. De esta manera la gente ganaba independencia y podía controlar un poco su futuro y sus decisiones. Ahora la tecnología es una camisa de fuerza para quien la usa. Peor aún: quien la usa piensa que lo hace libremente. La tecnología no es neutral y siempre ha servido a una mezcla de intereses políticos y económicos. Leer libros como el de Ben Tarnoff ayuda a desentrañar la estructura de Internet –que muchos asumen inmaterial e invisible– y entender que la solución no es regular un juego cuyas reglas están hechas por unos cuantos sino replantear por entero el ecosistema que moldea de formas cada vez más profundas nuestras vidas.

 

*Fuente:  https://www.latempestad.mx/tornavoz-por-un-internet-democratico/?

 

 

*Alejandro Badillo. (Ciudad de México, 1977)

-Es autor de los libros de cuento: Ella sigue dormida

 (Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles

(BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El clan de los estetas (Universidad

Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela),

 La Habitación Amarilla por Editorial BUAP.

-Las novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta),

Por una cabeza (Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo). Y

 Reconstrucción Ediciones EyC.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En la orilla*

 

Descalzos se observan

(en la orilla)

 

Apuradas

asoman las estrellas

 

cuando

abrazados, se desnudan.

 

*De Ana Romano. romano.ana2010@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Érase una vez un Dios solitario *

 

Quizá no fuese un Dios, sino un desterrado desde una lejana civilización. Lo dejaron a la deriva en un artefacto. Su vida dependía del azar o de su habilidad para llegar a un planeta habitable. El artefacto era una nave, pero él prefería llamarla "mi balsa de real ilusión".

De los muchos náufragos del universo este tuvo a la providencia a favor.

Llegó a un planeta habitable y compatible con su condición física. 

Necesitaba oxígeno para respirar, agua para beber y plantas para alimentarse.

En el mundo del que provenía no se consumían proteínas de animales. Sólo alimentos de origen vegetal.

El desterrado tuvo que aprender a reconocer sus alimentos. A construir un habitus acorde a sus necesidades. Le llevaba su buen tiempo, pero él no tenía apuro. El tiempo en aquel nuevo mundo no corría del mismo modo que en aquel al que había pertenecido.

Cuando logró organizar sus medios de subsistencia. Lo inmediato que todavía no se llamaba lo urgente. Aquel ser comenzó a percibir la soledad. No tenía amenazas en ese mundo nuevo. Le habían dejado en la nave unas pocas herramientas. Quizá un arma letal para defenderse.

Entonces, él, que quizá ya había olvidado su nombre o el código de identificación con el que se lo reconocía en su mundo, si recordaba un oficio: sabía tallar madera. Ese mundo era un verdadero paraíso para él. Con los troncos de los árboles armo primero refugios a su gusto para no estar encerrado en su artefacto ante la adversidad del clima.

Más tarde comenzó a tallar los seres que figuraban en archivos del universo explorado.

Seres inertes que parecían reales.

Cada vez más confiado en su habilidad había logrado tallar en el tronco mismo sin alterar la vida del árbol.

Desde las raíces corría la savia por ese ser vegetal.

Árboles con sus troncos tallados fueron creciendo bien alto hacia la luz abundante del planeta. Por algún milagro o prodigio los seres tallados empezaron a querer ese oxigeno que producían sus padres.

Fueron catástrofes indefinibles -tal vez- las que separaron a esos seres de su vida original arbórea.

Sin raíces salieron a modificar el mundo. Fueron hostiles con sus ancestros. De aquellas creaciones del náufrago espacial surgió una nueva forma de vida.

Ese ser solitario murió sin ver consecuencias. Sus rastros se perdieron al abrirse abismos en las tierras del paraíso primitivo.

Nunca imaginó que lo nombrarían Dios Creador.

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

Si vas

a tocarme,

que sea con cuidado.

Juguemos

a que puedo romperme,

a que soy breve y lejana

como el papel de arroz

y vos podés ver

a través de mí

el suave jardín de mi sangre

florecerse.

Yo te invito

a rozarme,

con cuidado,

como si yo llevara en mí

toda la fragilidad del mundo

y vos

fueras el viento

echado a andar sobre la tierra.

Por una vez

yo quiero ser esa que tiembla.

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

-Mariana nació en General Belgrano, provincia de Buenos Aires, en 1971. Actualmente vive en City Bell.

Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena, 2014)

Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)

La hija del pescador (La Magdalena, 2016)

Piedras de colores (Proyecto Hybris, 2018)

El orden del agua (GPU Ediciones ,2019)

Madura (Sudestada, 2021)

Quiero sacar la cabeza por la ventanilla de tu coche (Halley Ediciones, 2023)

Patio (elandamio ediciones, 2024)

Poesía reunida (Medusa editores, 2024)

Trinchera (Sudestada, 2025)

Desviadero, (Editorial Mascarón de proa, 2025)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

GÉNESIS SACRÍLEGO*

 

*Por Miriam Cairo.

 

1. Separó Lacan la luz de la sombra y pobló de fantasmas el mundo, porque el mundo estaba vaciado de sentidos.

2. El espíritu de Lacan se movía sobre el haz del mundo. Dijo: sea lo real, y fue lo real. Y dijo Lacan que lo real era aquello que no podía representarse como lenguaje. Y vio que eso era bueno.

3. Apartó Lacan lo real de lo imaginario, y dijo: lo que se designe como "yo" estará formado a través de lo que es el otro. Y vio Lacan que eso era bueno.

4. E hizo Lacan la expansión del lenguaje, el territorio simbólico. Y dijo Lacan: que estas tres dimensiones se hallen imbricadas. Entonces creó el nudo Borromeo. Y agregó Lacan: el desanudamiento de cualquiera de las tres provocará el desanudamiento de las otras dos, se tratará de una torcedura, como la Banda de Moebius. Tomó Lacan una cinta de papel, pegó los extremos, tomó el lápiz y la tijera y vio que eso era bueno.

5. Tan ocupado estaba Lacan que perdió la noción del tiempo. Varios días habían pasado, y Lacan creó el habano para solazarse de sus logros y vio que eso era bueno. Mientras fumaba distraído, las horas pasaban como bala y a Lacan se le llenó el mundo de chucherías.

6. Y fue la tarde de un día cualquiera, cuando Lacan dijo: hagamos un fantasma a nuestra imagen y semejanza, para que nos lea. (Sin dudas, para que Lacan existiera, ya había otro que justificara su existencia).

7. El primer fantasma hombre fue hecho a imagen y semejanza de su creador. Como primer fantasma del mundo, recién hecho, dormía plácidamente una siesta bajo la sombra de un árbol. Entonces Lacan pensó que sería estúpido tener un mundo con único fantasma, tan estúpido como pensar en una Antropología Psicoanalítica.

8. Entonces, Lacan pensó, pensó, pensó, yendo y viniendo una y otra vez desde el sol a la luna, desde la cama al living. Meditabundo daba pasos largos, cabizbajo, Lacan, con las manos tomadas en la espalda.

9. Lacan observaba a su primer fantasma recién creado. Sentado en el suelo, el fantasma hombre recién creado intentaba calzarse, incluso cuando Lacan todavía no había inventado los zapatos. Al fantasma hombre le colgaba la simiente entre las piernas y le dio por nombre Estragón, aun antes de que Beckett creara un mundo para esperar a Godot.

10. El primer fantasma se esforzaba tratando de calzarse con las dos manos, fatigosamente. Se detenía, agotado, descansaba, jadeaba, volvía a empezar. Lacan le llenó la cabeza con sus teorías y vio que eso era bueno. Entonces Lacan, dijo: no es bueno que el fantasma esté solo: voy a obsequiarle otro fantasma con su mismo surco para su entretenimiento.

11. Y Lacan tomó una costilla del primer fantasma, amasó la porcelana fría, lo llenó de las mismas teorías psicoanalíticas que al primero y le hizo un surco en la parte final de la espalda, igual al surco del primer hombre fantasma.

12. Lindos jueguitos hacían el primer fantasma y su partenaire, a cualquier hora de la noche o el día. Entonces Lacan pensó en crear la galería de porno gay, para los futuros usuarios fantasmas. La equidad era perfecta: ambos tenían sembrador, ambos tenían surco. No se adivinaba ni por asomo el complejo de la castración.

13. Tan felices estaban en el paraíso los primeros fantasmas, que ninguno pensaba en Lacan, ni en sus seminarios. Uno más uno era dos en un mundo lleno de chucherías. Nada podía ser menos confuso.

14. Entonces Lacan consideró apropiado hacer algunas modificaciones. Tanta felicidad iba en contra de sus propósitos. Era necesario introducir la fisura, el misterio, lo negro del mundo. Rebanó Lacan la simiente que pendía de las piernas del segundo hombre fantasma, y le alargó la raya del horizonte. Extendió el surco, lo ahuecó de nuevo y creó el fantasma mujer, para extrañamiento y exploración del primer fantasma hombre.

15. Con el sobrante, Lacan hizo dos agarraderas y las abultó en el frente superior del segundo fantasma para que el primer hombre fantasma se agarrara de ellas en los momentos de siembra desenfrenada.

16. La agricultura fue la floreciente actividad del mundo y se cosecharon pequeños fantasmas prometedores, capaces de hacer el mundo cada vez más agrícola y más fantasmagórico.

17. Luego, Lacan puso a prueba a sus creados, y redefinió algunas chucherías del mundo. Dijo, el inconsciente no es más que la medida del afuera del sentido de los propósitos, y los fantasmas creyeron que eso era bueno.

18. Luego dijo a sus fantasmas que al decir "llueve" la lluvia sería un acto del pensamiento. Por ello, cada uno de sus fantasmas podría darle a la lluvia su sentido. Incluso confundir la lluvia con el meteoro, con el agua pluvial, con el agua que de ella se recogiera. Y los fantasmas creyeron que eso también era bueno.

19. Y Lacan, con un pie en la luz y otro pie en la sombra dijo que el meteoro era propicio a la metáfora. Así, Lacan dio vía libre al fantasma mujer, al fantasma hombre y a la metáfora. Y fue así que muchas chucherías del mundo cobraron sentido.

 

*Fuente: Rosario12

https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-27286-2011-02-05.html?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

No es tarde para mirar el mundo como si recién acabáramos

de conocer este planeta remoto y lejano.

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

DESEAR AMOR ES DESEARLO TODO*

 

Ya me acostumbré a deambular por los vagones. Los recorro mirando a esa gente que dormita o come. Veo a una mujer descargando el mate por la ventanilla, y me digo que la yerba está irremediablemente perdida, que se fue para siempre, siento una extraña sensación de ausencia y de algo indefinible, esa yerba arrojada para toda la eternidad, sin ceremonia, sin despedida. Una ventanilla que se abre, el salto fatal.  Me alejo con una náusea entre las manos.

En el siguiente vagón dos hombres hablan fuerte. El de ojos claros intenta convencer al alto de alguna cosa. No me ven. Me pregunto qué dirán. Llegan frases aisladas, la conversación se me pierde como la yerba. Estoy inmóvil, las cosas suceden a mí alrededor. El mismo tren es algo que sucede sin mi compromiso.

Sigo caminando.

La yerba y los hombres quedan a mis espaldas. Estoy sola.

Hallar el vagón de cineclub es un retorno. Sigo sin rostro ni voz, pero acaso que esto sea físico, que la obscuridad me borre, es tranquilizador. Si no existo, al menos no existo en la negrura que me devora.

La pantalla iluminada me presta el resplandor para ocupar mi sitio, siempre el mismo, aunque el vagón cambie.

Reconozco "Sweet Charity" allí adelante. La prostituta ingenua se deja engañar por el novio, vive su ilusión de ser amada, se deja engañar, desea y propicia la mentira que le otorgue un respiro a la desesperación.

Está tan sola con su ropita y su cara mal maquillada. Lloro. La veo tan preparada para regalarse, tan deseosa de hacer feliz a cualquier hombre que le preste los ojos y las manos un momento. Qué frágil esta mujercita alegre toda imposibilidad, si tiene marcado, tatuado, el fracaso.

A pesar de que sepa el final, hasta el último momento pienso que el hombre común que se equivoca, que cree que es una mujer decente y ordinaria, cuando se entere de su pasado la va a aceptar igual. Si no ocurre en la vida real, debiese ocurrir en el cine.

Y las coreografías de Bob Fosse son deliciosamente vitales. Dicen con el cuerpo, y lo que dicen se expresa sin fisuras, en bloque. Música, canto, baile, el desenlace inevitable de la fatalidad agazapada.

La prostituta es una buena persona, el novio es una buena persona. Sin embargo el hombre no podrá hacer otra cosa que destrozarla, para que no sufra. ¿Cómo condenarla a un futuro en el que por fuerza habrá de reprocharle suciedades? La va a abandonar.

Ella sólo desea amor. Pobrecita, no sabe aún y a pesar de su experiencia que la palabra "sólo" en esa frase no cuadra. Desear amor es desearlo todo.

Me voy antes de que finalice la película. Sé que habrá una sonrisa final, una esperanza forzada, la sugerencia de que la vida sigue y que quizás. Pero la yerba desechada continuará su vida, también, junto a las vías, integrándose lentamente a la gramilla, desapareciendo de sí y del mundo.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

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