Somos una
forma de vida obstinándose en persistir como aquellos virus de antaño que
escapaban a todas las formas posibles de la
extinción.
Tengo la
memoria del nogal que me albergó años y años desde la semilla que mi madre alada
enterró en este bosque que no es un bosque como ustedes entienden, sino una zona
protegida de creación de nuevas formas de vida. Soy y seré golondrina, después
de desprenderme de la corteza de ese ser que será un recuerdo de madera y leña
al tiempo de mi partida. Vivo en los aires. En la mitad del ciclo anual haremos
nido en algún refugio de la ciudad de Bonita. Volveré a comienzos de la
primavera del sur con mi pareja.
Gestaremos
huevos semillas de la especie. Confiaremos en la fuerza de la vida. Aún en
aquella surgida por medios artificiales. Como una última y desesperada utopía.
No hay en el esbozo de nuestra historia nada que pueda parecérseles a una verdad
reconocida de vuestra época.
Sólo cuento
con el testimonio intangible de mi propia existencia y el recuerdo de un lejano
origen literario. Cuando una abuela de más de 80 años leyó la frase que nos
gestó: "Dicen que a los hijos hay que darles raíces y alas. Raíces para que
sepan de donde vienen y alas para que las desplieguen y vuelen a su propia vida
en el momento justo"
Del
legado de ese sueño existimos.
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