Esta arriba
del tren pero sabe que no va a ninguna parte, vagamente trata de calmar la
soledad con el método que utilizaba su tío después de enviudar a los 85 años.
Los domingos, se iba hasta la estación de tren y viajaba hasta el final del
recorrido. Bajaba, buscaba una parrilla, pedía un sanguche de bondiola, un vaso
de tinto. Pasaba un rato en el andén de la estación apoyado en su bastón.
Probaba su buena vista ayudada con lentes para ver pasar mujeres, decirles
piropos y -después de lograr un "gracias" o una sonrisa bien dada- subirse al
próximo tren para volver a su casa antes del anochecer. "contra la soledad del
domingo no hay como el viaje en tren" -recuerda con la voz presente de su
tío.
Se levanta y
se dirige al vagón comedor buscando una excusa para estirar las piernas,
adelante va una mujer muy agraciada. Al entrar al vagón comedor casi se tropieza
con un hombre que caminaba en sentido contrario sin
verla.
El hombre
observa que de las disculpas ellos pasan casi enseguida a un abrazo. "sos vos"
se dicen, "pasaron 26 años".
Como único
testigo Lamenta no tener mejor oído ni leer los
labios.
Los
reencontrados buscan una mesa , se sientan. El hombre que viaja sin destino los
sigue quizá por curiosidad, quizá por darle un acontecimiento rescatable a su
vida en este domingo. Encuentra una mesa, puede verlos pero no escuchar. Debe
seguir lo que ocurra desde sus gestos.
Los bautiza
para poder imaginarlos mejor: él se llama Esteban y ella tiene cara de
Lucia.
Esteban tiene
entre 55 y 60 años. Vive solo o con padres
ancianos.
Lucía
aparenta una década menos que él. No esta sola de hombre aunque la soledad es la
sombra de sus pasos.
Se ríen
mucho. De pronto Esteban ha recuperado la postura de un hombre
joven.
Con su dedo
índice recorre sus labios.
"llevo tu
beso perenne en mis labios" quisiera decirle.
Ella le toma
delicadamente la mano, la acerca a su boca y le besa ese dedo que transporta un
hechizo compartido hace muchos años.
No, no fueron
amantes. Despliegan un cariño que solo puede dar una bella
amistad.
Hace frío,
aun en este comedor donde hay vapores de café y tibiezas de cocina. Esperan el
pedido tomados de la mano.
Cuando la
moza llega a la mesa desprenden sus manos con
incomodidad.
Después del
café con leche aparecen ataduras y dolores en el relato de los rostros.
-26 años es
mucho tiempo-.
Lucia le
recuerda que “El lenguaje es una piel”, saca un libro de su cartera. Le lee
largo rato a Esteban.
"La vida es
un milagro" "Encontrarse vivos y mutuamente sensibles es aún más
milagroso"
Con los
celulares se muestran fotos. Se brindan expresiones de
ternura.
-Son las
fotos de los hijos. Intuye el observador que va ganando confianza en su
rol.
El tren va a
detenerse en una estación. Lucia y Esteban se levantan. El hombre sabe que se
van de ese tren.
Hermoso día
para refundar el mundo con sus propios pasos -deberían
decirse.
El hombre se
asoma por la ventanilla. Los ve irse tomados de la mano. Llevan una promesa de
futuro.
Seguramente
no les interesa ni el nombre de la estación, pero en el cartel se lee "San
Sebastián".
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