Préstamo*
A
Miguel Ángel Savino.
Al hombre le
falto la presencia de tres abuelos. El abuelo materno que abandono a su madre y
su tío siendo ellos unos niños pequeños.
Y los abuelos
de Italia, Madre y Padre de su Padre que quedaron en su pueblo, atrapados en
cartas que se lloraban al leerlas.
Y el después
de crecer sin vivencias, sin la remota presencia de los abuelos para acompañar
buenos y malos momentos.
Sucedió una
tarde, muchos años después, cuando ya ninguno tenía a sus abuelos en vida y ya
los padres que quedaban luchaban con achaques, fue entonces cuando el hombre
mientras tomaba mate con su amigo de la escuela secundaria le pidió que le
prestara un recuerdo.
-¿un
recuerdo?
-Si, un
recuerdo que fuese la esencia misma de tener abuelos y compartir con
ellos.
El amigo
eligió una abuela, la que vivía en la costa. Casi río, casi mar, allí donde los
colores del río y del mar se mezclaban según mareas y la luminosidad del
cielo.
Era la abuela
que vivía sola, con una sola pierna suya, la otra una pata de palo. Y los
recibía a él con su hermano menor, a veces con amigos de la escuela que
compartían el gusto por la pesca.
Luego de la
pesca, se comía el pescado preparado por las manos de la abuela y se tomaba vino
tinto, porque la abuela lo compraba en damajuana.
La abuela de
la pata de palo vivía solita, pero no tenía miedo, por si las moscas y por
algunos malos vecinos había conseguido una carabina. Por lo que contaba, solo la
había usado para disparar al aire si alguien quería robarle los pollos que
criaba.
El hombre
siguió por sus días agradecido por el recuerdo prestado y cada tanto cuando
necesita de tomar distancia de sus propias cuestiones. Cuando busca una tregua
arma la imagen de una abuela con pata de palo, damajuana y carabina esperando a
sus nietos, y sonríe con una expresión que se acerca a la fragilidad de la
dicha.
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