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RESONANCIAS




Prosas en medio de aullidos de lobos de Eduardo Francisco Coiro.

Estas prosas empiezan en medio de aullidos de lobos que asaltan los sueños. Cuando la realidad muestra su rostro de carencia o pérdida, los sueños tienen su poder de revelación de la vida, en especial para elaborar una cuestión nodal como la culpa. Aquí el padre representa a todos los padres expiando una oscura culpa. El poeta recuerda con afecto y respeto a su padre: el padre y sus amores perdidos, silencios, soledad y trabajo en la fábrica. Razón tenía el poeta colombiano Rogelio Echavarría cuando decía que “frente al padre, los poetas han sido más pudorosos en la manifestación de sus sentimientos y más afortunados en la efusión lírica». Un tío le deja a su sobrino unos cuadernos por legado con frases como esta de Rosa Montero: "Lo verdaderamente heroico es querer al otro tal cual es”. Eduardo Coiro también introduce el mito del ángel, un anacronismo en pleno siglo XXI, leyendas como el hada del humo y una pareja enamorada atada por lazos invisibles. La vida de un hombre era un jardín desierto en el que ninguna mujer crece ni florece. Con todo, por más dolor que invada su ser, el poeta no pierde con facilidad el paraíso.

Rubén López Rodrigué.





AULLIDOS

Es medianoche. Han apagado las luces del vagón para que la gente duerma.
Afuera hay cielo estrellado. La luna llena ilumina el interior del vagón dibujando las sombras extrañas que bordean al recorrido del tren.
El hombre lee a Saramago gracias a una débil luz individual. Encuentra una frase que lo sacude: “La culpa es un lobo que se come al hijo después de haber devorado al padre”. Piensa en su padre, nacido en un hogar campesino en la Italia de 1923. Ese sueño que lo sacudió ya anciano: los lobos se comían a sus ovejas y él no podía hacer nada para evitarlo. Así se despertó, de esa cara de espanto de su padre, el hombre no se olvida. Piensa en su padre, en él, en sus hijos. En otros padres con sus hijos. Todos acechados y finalmente devorados por la culpa. El espanto no lo deja dormir.
En los sueños de muchos hay aullidos.





MI PADRE SILBANDO EN LA NOCHE

Ahí va mi padre silbando en la madrugada. Es primavera. No alcanza con el canto cíclico de los zorzales. Mi padre se acompaña silbando. Es una melodía que alguna vez le escuché cantar en italiano, habla del amor perdido de una napolitana. Cada vez que lo escuchaba silbar aquella melodía era como si hablara en él toda la tristeza que tenía adentro.
Mi padre un hombre de silencio. De pocas palabras, las justas y necesarias.
Ahora que volvió la primavera y los zorzales cantan ó silban su insomnio. Mi padre vuelve a caminar a la madrugada hasta la avenida bajo las estrellas o la tempestad para ir trabajar a la fábrica. Esta sólo y se acompaña silbando su amor a una napolitana.




LEGADO

Le dejó a su sobrino sus cuadernos por legado. Le llegaron embalados en una caja y atados con hilo de yute. Son cuadernos comunes de hojas rayadas y espiral que vienen con su título en la tapa. El hombre elije abrir el que dice “Amor”.
Son frases sueltas. Según parece muchas eran propias, del propio saber del tío gestado en años de andar por la vida. Otras escuchadas. A veces frases subrayadas con resaltador en un recorte de diario.
Todo prolijamente anotado con su letra cursiva grande y clara, que le elogiaban tanto en su empleo de revisor de cuentas.
El hombre va al final del cuaderno. Esa es la última frase. Tiene una aclaración:
“Me dicen en el bar que lo dijo la Rosa Montero en un reportaje. No es textual, la escribo con mi memoria no tan buena…"
Lo verdaderamente heroico es querer al otro tal cual es.
"Tal cual el otro es" -Escribe para dar énfasis a la frase.
Luego sigue una reflexión:
“Cada vez seremos más los viejos solitarios. Hasta que lleguemos a estar sentados en el geriátrico mirando un Potus. Con suerte habrá una ventana para ver el movimiento de la calle.
Y una mañana cualquiera, una viejita se siente al lado nuestro. Nos tome la mano.
Y sea tarde para casi todo, menos para sonreír”





ÁNGEL

Otra vez pensé en el ángel de la reparación.
Quizá sea un mito, sólo un mito necesario.
Pero dicen que cada tanto en la vida de cada cual alguien llega a reparar o intentar reparar. No es el plomero ni el electricista.
El efecto de su presencia es intangible en la inmediatez.
La gente humilde -que de creencias vive- dice que el ángel de la reparación existe y que el día menos pensado aparece tendiendo su mano…




FLORECIDO

El hombre la había arrancado de su vida como se arranca a un yuyo indeseable en el jardín.
Con la misma brutalidad en el tirón, tratando de arrancar la raíz de cuajo. Sin sentir nada. Al otro día, justo al otro día. El hombre plantó en su lecho a una muchacha bella como una azalea. La mujer se marchó prontamente sin echar raíces en su vida.
No se quedó quieto. Siguió plantando bellas mujeres que se marchitaban antes del amanecer. Nadie pudo crecer ni florecer en ese lugar. Su vida era un jardín desierto al que regaba inútilmente antes de anochecer.
Hasta que percibió esos movimientos adentro. Esos pujos que sintió por todo su cuerpo y que se ramificaban de noche a día con la velocidad implacable de la naturaleza. Y eran la luz y esa tibieza que anuncian una primavera cercana.
El hombre se vio a la siguiente mañana en el espejo, comprendió lo que sucedía.
No había logrado extirpar bien las raíces.
Sus brotes se abrían paso por sus poros y estaban a punto de estallar en flor.
-Sólo pido que sean del color de sus ojos. Pensó resignado.




EL HADA DEL HUMO

Kalman tenía padres y abuelos polacos. Ha escuchado de ellos las leyendas populares que se transmiten en forma oral. Sus abuelos vivieron en Sniatyn que antes de la segunda gran guerra quedaba en Polonia y ahora queda en Ucrania. Allí se mezclaban en un extraordinario sincretismo creencias, leyendas, idiomas. Sus abuelos hablaban Idish pero las hadas que los mayores relataban a los niños para encantarlos o asustarlos eran polacas.
-Si no recuerdo mal - dice Kalman pensativo- había un Hada que podía transformarse en lo que quisiera, ¡incluso ser humo!
La Czarodziejka podía estar en cualquier parte y no ser reconocida incluso ser un repollo o vivir en el tronco de un árbol.
Alguna vez el viejo Wojciech dijo que si se juntaban dos hombres a fumar con sus pipas en un claro del bosque bajo la luz de las estrellas. Ella tomaba la forma de una seductora mujer y les dejaba ver su sonrisa. Los hombres de la pipa sabían desde niños que era un maravilloso acontecimiento. Quizás una única vez en la vida. Pero la leyenda les advertía que si la buscaban por el bosque se extraviarían sin remedio a un mundo o un tiempo desconocido.
Así que se quedaban allí mismo sin moverse fumando sus pipas, dejaban que la Czarodziejka siguiera su paso de encantamientos bajo una noche estrellada por aquel bosque que ahora queda en Ucrania.




MIEDO AL FUTURO

Una vecina caminaba al revés. Sí, caminaba hacia la esquina de espaldas. Pensé que se iba a tropezar y sentí desesperación. Pero no, avanzaba con una seguridad demencial sin perder el equilibrio. Cuando llegue a su lado por un momento supuse que debía sujetarla, hablarle o al menos preguntarle el porqué de la experiencia. No me animé. Estaba despierta -no en trance- con los ojos muy grandes mirando al pasado. En su mano derecha llevaba un ramo de jazmines y en la izquierda apretaba algo invisible en el puño.







UNA INTEMPERIE REGADA DE ESTRELLAS

“No saber de uno mismo; eso es vivir. Saber mal de uno mismo, eso es pensar.”
Fernando Pessoa
-del Libro del desasosiego. -

Caminábamos de la mano por la calle peatonal de su ciudad, hoy lejana para mí. Era invierno y de madrugada, íbamos como suspendidos en el aire. La noche estaba estrellada y limpia, por momentos parecía que el cielo se derrumbaba y las estrellas estaban ahí nomás, como al alcance de una mano extendida.
Estábamos solos en la calle o al menos sentíamos que éramos los únicos seres presentes en ese momento tan único y tan frágil a la vez. Una pareja que buscaba una casa, una cama para resguardarse de un frío polar.
Y ahí aparecieron las preguntas sin respuesta sencilla. ¿Qué hacía allí lejos de mi pueblo con ella? ¿Que era aquello tan fuerte que nos unía? ¿Era el amor o la devastación de la vida antigua la que nos dejaba unidos en esa intemperie regada de estrellas?
Pensé en la intemperie como algo primitivo: una pareja se refugia de temores y amenazas bien reales. Buscar una caverna, encender el fuego, abrazarse, cubrirse con unas pieles. El mundo era ese ínfimo presente, la idea de la presencia del pasado en sus vidas no tenía sentido. El futuro por definición no existía. Solo ese presente.
Después llegaron trabajosamente los descubrimientos. Los seres que viven su realidad en un escenario interno que llevan consigo, en una neurosis que los protege y limita a la vez. Su propia caverna y el rugido de sus ancestros dinosaurios por si no alcanzara con los miedos reales de la jungla social.
En eso estaba, bien perdido en pensamientos sin solución, cuando llegamos a su casa.
Y antes o después del cariño físico, Raquel me trajo las pantuflas de su ex marido para que no se enfriaran mis pies en el camino al baño.


-Selección de textos publicada por Resonancias.org






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