Volvíamos con
mi padre en tren desde Quequén.
Mi viejo
trataba de enseñarme como se jugaba a la murra. Era algo así como piedra , papel
y tijera pero distinto, cada jugador debía mostrar un número con sus dedos de la
mano derecha arrojados al aire como dados y adivinar la suma total. El vagón
estaba a oscuras, las manos de mi padre se iluminaban con la luz de luna que
entraba a ráfagas desde la ventanilla. Desde el otro lado de la fila de asientos
una mujer se emocionó: comenzó a contar como se jugaba a la murra en el bar de
su padre. Hablaban a medias en italiano, a veces mezclaban palabras en la
castilla. Hamacado por el movimiento del tren yo entraba y salía del sueño, me
esforzaba por seguir la conversación sobre un mundo lejano que solo ellos habían
conocido….
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