El trabajador de la cultura soporta con su cuerpo una tarea de Sísifo: abrir puentes allí donde proliferan los abismos de superficialidad. Tejer vínculos y esperanzas vitales entre personas y grupos sociales para poner solidaridad sobre la destrucción sistemática de lazos y espacios comunes que gesta en su inercia ciega el capitalismo. Infinita tarea. El individualismo y la oscuridad de cada indiferencia cotidiana son el territorio a ocupar en una lucha de violencias y marginaciones. El capitalismo destruye ocios, pensamientos e intercambios humanos, los reemplaza por una búsqueda compulsiva del objeto -definitivamente perdido, pero reencontrable en la oferta interminable de objetos-mercancía -. Esa búsqueda de reencuentro solo difiere la angustia hasta límite impensables y define la soledad por destino. Para el trabajo alienado no hay más sentido que el acto de compra, fugaz reencuentro con un deseo que escapa y prolifera en objetos inútiles. Para muchos, todo el trabajo de sus días n...