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CULTURA Y GLOBALIZACIÓN.

El trabajador de la cultura soporta con su cuerpo una tarea de Sísifo: abrir puentes allí donde proliferan los abismos de superficialidad.
Tejer vínculos y esperanzas vitales entre personas y grupos sociales para poner solidaridad sobre la destrucción sistemática de lazos y espacios comunes que gesta en su inercia ciega el capitalismo.
Infinita tarea. El individualismo y la oscuridad de cada indiferencia cotidiana son el territorio a ocupar en una lucha de violencias y marginaciones.
El capitalismo destruye ocios, pensamientos e intercambios humanos, los reemplaza por una búsqueda compulsiva del objeto -definitivamente perdido, pero reencontrable en la oferta interminable de objetos-mercancía -.
Esa búsqueda de reencuentro solo difiere la angustia hasta límite impensables y define la soledad por destino.
Para el trabajo alienado no hay más sentido que el acto de compra, fugaz reencuentro con un deseo que escapa y prolifera en objetos inútiles. Para muchos, todo el trabajo de sus días no alcanza para saciar el hambre, para otros pocos, toda la voracidad de objetos y pertenencias compradas no puede calmar la angustia de muerte y finitud del tiempo humano. Sin embargo la corriente diferencial entre el hambre que extorsiona a trabajar sin placer y la voracidad que no agota el vacío con ningún objeto, organiza la existencia de nuestras sociedades y en ese campo rodamos al vértigo.
La cultura da una alternativa existencial, Contra el vacío que produce el capitalismo en el después de cada acto de compra, de cada rutina teñida de tedio y penuria de sentido.
Buscamos una identidad social reconocida entre azarosas prácticas sociales que, como desiertos, aspiran lágrimas y sudor. Y, esa producción cultural es la alternativa a la producción de identidades desde el poder de las instituciones: la creatividad es un destino contra el agua podrida institucional: su poder es la concentración extrema y vertical de la carencia que nos obliga a vivir en rituales de sometimiento. En chantaje fáctico a la razón y rehenes de la necesidad. En las instituciones domina la regla de la productividad creciente del malestar, y así, TODOS PUEDEN AGUANTAR UN POCO MÁS.


Las políticas institucionales son simulaciones paródicas que nos deslizan a un orden de virtual manipulación. Lo detestable de las prácticas políticas e institucionales es esa capacidad esencial por adaptarse y englobar, hasta digestivamente, cualquier brutalidad existente. La política es una fusión entre la ilusión y la ambición del poder, ambas se entrelazan, son máscaras intercambiables. Al final, la resignación feroz del político a los sentidos más permeables y fáciles ( ceder ante el poderoso y humillar a los débiles ) confirma una soberanía del acontecimiento, la pleitesía al hecho consumado y placer mórbido de guiarse por él, casi, como los antiguos leían en signos de la naturaleza o producían revelación en rituales chamánicos. El acontecimiento, si es trágico mejor, es el oráculo de la actividad política. y en la respuesta formal a lo siniestro se negocia y se hace política.


La productividad económica del malestar:
Así como el escenario político funciona porque existe un límite individual y colectivo en la percepción de lo siniestro - la gente no vota anclada en lo trágico, prefiere la ingenuidad de soplar un deseo-. La mercancía es lo que resta cuando el deseo esta aniquilado y los objetos internos alienados en formas sólidas y desencantadas de la angustia.
La ilusión es la regla del intercambio real y el malestar cultural es el motor del circuito: ilusión - dinero - mercancía.
El capitalismo extorsiona trabajo asalariado incrementando las desigualdades objetivas, pero ¿qué se hace con los excedentes monetarios?, ¿cuál es el destino de las ingentes masas monetarias que orbitan el planeta sin encontrar objeto, condenadas a una reproducción inercial que sólo catástrofes cíclicas del valor pueden frenar? No hay objetos suficientes y por eso el valor del dinero induce a la metamorfosis de productos culturales en viles mercancías.


Globalización de la banalidad.
La escena visual de los medios masivos es un espectáculo mórbido de la condición humana. Una virtualidad terrorista que controla cualquier ilusión progresista sobre lo social. En los Mass Media no hay destino, todo se encadena en la fugacidad de signos e imágenes que han perdido su soporte humano, vincular y social.
El recorte de los medios no da esperanzas, lo público es el crisol donde se reciclan y fundan odios y tragedias. Entonces, parece quedar sólo la oscura privacidad de la individualidad como soporte de la libertad.

La comunicación progresa en oposición a esa virtualidad unidireccional que organiza manipulación con fines económicos y políticos.
Una comunicación diáfana y franca, entre iguales, es hoy en día un bien escaso pues debe superar los obstáculos de una globalización indiferente. Y las formas anuladoras del sentido pleno que son las instituciones (el esplendor de la orden y la rutina inútil).
La producción cultural gesta la posibilidad de un dialogo que progrese en sucesivos malentendidos creativos. y en una praxis orientada por la generación de demandas sociales y la circulación de las ilusiones disponibles. Sólo desde la creación cultural se pueden afirmar las creencias e identidades sociales como bienes legítimos.
Tejer redes de comunicación horizontales con fin, pretexto y práctica en el arte, es el puente para rodar por las alegrías, heridas y ternuras, territorios comunes de lo sensible que anulan los abismos de carencia del proceso de globalización.



*De Eduardo F. Coiro inventivasocial@hotmail.com
-Texto de 1994-

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