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DE SOLEDADES...


De soledades*







1. Soloman



Cuando descubrí el dibujo del superhéroe en el cuaderno de clase de Paula, no supe como reaccionar. Me surgió una sonrisa, pero contuve unas ganas locas de llorar. No por el título de la tarea que con ayuda de un buscador Web, logre enseguida relacionar con "Soloman", cuento de Ramón García Domínguez. Sino por la ficción que desato en mí.
El tema es entonces la construcción subjetiva de la soledad que hace cada cual, la que hago yo a partir de ver el dibujo tierno de mi hija. La que casi me hace llorar a baldes, pero no, no delante de
Ella, mi hija de 8 años que enseguida me deja el cuaderno entre las manos y se va a saltar la soga y como parte de la regla salta y cuenta hijos en cada salto exitoso, Un hijo por salto cuando el futuro esta lejano todavía y más abierto que un azar de acontecimientos.
Y yo que quise llorar y no pude. Cerré el cuaderno y seguí imaginando a "Soloman" como el superhéroe de la soledad que algo tiene que ver conmigo.









2





El niño pequeño se animó a rasgar la piel del silencio:

-Señorita, ¿es casada?, ¿tiene hijos?

La maestra le responde sin darse tiempo casi a percibir la hondura de la pregunta.

-No tengo chicos y estoy separada...

El compañero de banco de Javier, lo codea antes de que vuelva a preguntar, y le dice:

-Esas cosas no se preguntan.

Javier mira con ojos grandes, entre el asombro y el susto... -¿Por qué?

-Porque pueden generar tristeza. -Le responde.








3. Del sembrar esperanzas







En San Nicolás se bajó la chica embarazada que era pura panza y miraba con anteojos de mucho aumento. La ví tan menuda y alta que tenía un aire a la Olivia de Popeye. En Retiro su novio o marido o amante no quería terminar de despedirse, la besaba y le tocaba la panza; ella le decía te amo, andate. Sólo el movimiento del micro lo decidió. Tuvieron que bajarlo en medio de la calle cuando el micro huía, casi se escapaba de la última dársena. Todo parecía estar dado para imaginar ese relato sin voz; apenas una despedida y horas después un reencuentro en esa estación de micros casi enfrentada con la del ferrocarril; con madre y padre recibiendo a su hija embarazada, el padre que le carga el bolso y la abraza. Ella que no demuestra emoción, flaca y alta, pura panza, viendo el mundo con distancia desde sus anteojos de culo de botella. Luego, esas siluetas perdiéndose definitivamente a mi mirada después del vidrio, y una calle.

El micro demoró bastante en volver a partir. Noté que cargaban bultos, que subían familias, gente joven. Trabajadores pobres con críos y herramientas a cuestas, y uno que se acostumbra a distinguir la pobreza a simple vista.

Pueblo quieto donde sólo se mueven los micros, la gente tomando mate, esperando sus clientes en la puerta del negocio, sillas afuera y no rejas adentro.
La llegada y partida de los micros era un motivo para sentarse en la vereda y escudriñar detalles. La gente viendo, observando rostros que pasan, que quizá jamás volverán a verse a esa hora saliendo de la siesta, como los perros echados en las calles laterales de tierra; uno revolcándose, levantando polvo y pidiendo lluvia panza arriba, mientras el cielo es cada vez más gris, más cerrado y se dispone lentamente a obedecerlo.

Cuando la ruta se hizo campo traviesa, con soja sembrada en las banquinas hasta las alambradas, yo ya no estaba del todo en mi asiento; hacía otros viajes mentales muy arriba o más lejos de lo que la vista, la luz y el horizonte me permitían.
Llovía el atardecer, y las nubes cerraban cualquier goteo de sol.
En el pequeño televisor terminaba “El hombre araña” y empezaba una saga de “El planeta de los simios”. Yo hacía zapping entre el paisaje y las películas.

El sol se descorrió hacia la derecha. Una breve despedida, apenas una fisura en el gris, y allí ví las gotas cayendo sobre la espalda desprevenida de la anciana. Eran madre e hija. Entre ambas al menos sumaban 130 años; pero tenían los mismos ojos, la misma mirada antes del tiempo. Me vieron observar algo y también miraron, la más joven empezó a secar la gotera, mientras la mayor notaba que el agua ya traspasaba su saco azul.
“-Avisen al chofer”.
Las abuelas no se levantaron, pero un muchacho que estaba a mi lado fue a hablar.
El hombre llegó con desgano, dijo que el agua era del aire acondicionado, que en un rato se solucionaría.

Fue cierto sólo por un rato. Así que al llegar a Rosario y bajarse parte de los pasajeros del micro, con el hombre que había subido en Arroyo Seco intentamos una solución. Nos miramos y enseguida les ofrecimos corrernos a otros asientos que acababan de quedar libres. Las abuelas se reubicaron y yo terminé sentado en la tercera fila, al lado de una señora que tenía un nene pequeño en la almohada de sus pechos. Ya era noche cerrada. Apareció de nuevo uno de los choferes llevando bandejas con la cena frugal. Al verlo la mujer se incorporó de improviso como si hubiera visto una señal de alarma, y yo me levanté casi tropezando con mi bolso para darle paso. No pasaron ni cinco minutos cuando retornó y me encontró comiendo un sándwich de miga.

Debe de haber visto mi cara de sorprendido pues contestó a mi silencio:
-“Fui a tomar la pastilla, no quiero estar más embarazada”.
Lo dijo con voz bajita, como en confidencia al amigo. Lo cierto es que algo dije, no recuerdo qué, pero era relativo al por qué estaba en ese asiento y no en el que me correspondía. Siempre me costó hablar en el micro con ocasionales compañeros de asiento pero esa mujer tenía algo singular. Me contó que delante de la puerta del micro estacionado en San Nicolas, justo vio bajar a una joven de buena familia luciendo su primer embarazo para sus padres que la esperaban. Penso que era una señal que le daba la Virgen del Rosario de San Nicolas a ella que no quería estar más embarazada. Por eso se sobresalto tan bruscamente en su asiento, temiendo un nuevo y fatal olvido del anticonceptivo.

-"Ya tengo tres, son demasiados, y hoy antes de salir, los tres sacaron fiebre. Este es el más chiquito, tiene 14 meses. Les di el remedio y nos fuimos”.

No sé ni como fueron hilandose las palabras, las mias breves, apenas desatando los nudos de silencio en su relato, pero la señora me dijo que se iba a Corrientes. Se mudaba en ese momento y para siempre. Dejaba una vida vieja e iba hacia algo nuevo, quizá lo impredecible. “- Pero allá tengo la casita“.
Me dijo el nombre del pueblo, no lo recuerdo… algo así como “Tahuaca”. “-¿Cerca de Goya?” Pregunté casi adivinando, “-si” me dijo “-Ahora es ciudad y allí están los abuelos, los padres de mi marido. Él se fue hace seis meses y con su hermano, el tío de los chicos, construyó la casita. Ahora vamos a vivir allá. A este no lo conocen. Hace mucho que no vamos. Las nenas eran casi como el Pedro, ahora tienen 6 y 8.”
-“Tengo dos hijos, pero viven con su madre”. Le dije.

“Estuve separada cuatro meses”, me musitó en un tono apenas audible, mientras en la pantallita iluminada los monos militares perseguían a hombres fugitivos por una selva cenagosa.

“-No te escuché...”
Ella sigue sin interrumpirse... “-pero casi lo mato, le puse el cuchillo al cuello”.
“-Se fue con mi amiga, por eso me dije que nunca más voy a tener amigas. Pero enseguida se dio cuenta; ella era conocida por todo San Nicolás y no le gustó nada que yo empezara a salir. Volvió. Que no le falte nada a los chicos, lo demás no me importa, por eso le dije que no quiero estar más embarazada, tres son muchos, él es un buen hombre, es quintero. Ganaba poco, pero el patrón le regaló las semillas para empezar la huerta, para comer no nos va a faltar, le regaló la zapa y las palas.”

“-¿Cómo haces la mudanza?”, me atreví a preguntar.

“-Me mudo con todo. El televisor es lo único que tengo, las ropas en un bolso, el cachorro del nene viaja en el bolso; recién lo vi y estaba dormidito, no lo puedo dejar, van a llorar si no lo ven. La mesa y las sillas se las dejé a mi madre. Ella no sabe que nos fuimos. Le dije a la dueña que si viene alguna vez se las dé, aunque ella no las merece, nunca me quiso ni se ocupó de los nietos, todo para mi media hermana menor, porque yo tenía padrastro. ¿Vió?”
“-Yo alquilaba una pieza, pero ya no se puede, así que cobré el plan y saqué el pasaje, si no nos quedábamos enseguida sin plata. José hará la quinta o de cosechero o albañil, se las rebusca; es un hombre fuerte. Y, si me cuidan los chicos, yo también puedo trabajar.”

Santa Fe apareció de golpe afuera del micro, como cortando la historia de vida de esa mujer y su esperanza abierta en la palma de la mano. El cielo se abrió de estrellas, el micro pasó una vía angosta y se ven parques y una avenida ancha con un boulevard arbolado y mesas donde la gente se reúne a charlar bajo un aire fresco de la noche.
Llegué a contarle tristezas de mi vida matrimonial y un desenlace después del “vos sos un muerto en vida” que terminó de matarme en una sola frase. Al menos una breve confesión para que no se sienta tan sola en su necesidad de hablar y contarle a alguien sus cosas.
La mujer me miró con una ternura extraña. A partir de ahora va ser todo distinto o algo parecido me dijo. Tomé su mano morena y le dije lo que me salió, lo que pude decirle antes que el micro terminase de frenar, cuando sabía que era un instante agónico, que ya no quedaba tiempo para ninguna frase más.

-“Te va a ir bien. Este es un acto de fe, irse del todo ... y cuando uno se juega con todo a si mismo, a empezar de nuevo, las cosas mejoran..." Me dí cuenta que dejaba puntos suspensivos de eternidad en ese instante.

“Que seas feliz”, me respondió abriendo los ojos grandes y elevando el rostro mientras yo me levantaba y colgaba el bolso de mi hombro izquierdo. Le sonreí largamente, y seguí agradeciendo su hermoso deseo mientras bajaba unos pocos escalones y salía por la puerta central del nivel inferior.
Me esperaban en la terminal. El corazón galopaba haciendo ecos de cascos, y sentí que el micro se evaporaba a mis espaldas, que era apenas un umbral que como todo umbral no tiene ni antes ni después. El mundo mejora así, de repente, con sólo saber que en algún lugar alguien te espera con un beso y un abrazo. Y sólo con ello alcanza para sembrar nuevamente en tierra fértil.




*de Eduardo F. Coiro inventivasocial@hotmail.com

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