
EL LLANERO SOLITARIO*
-Del año 2003-
Al tío Piruco.
Quizá sea por ese pasaje imperceptible que dan las estaciones, en este día, un 21 de junio donde el calendario impone que ya no es otoño. O es, sólo una pequeña brecha de memoria en el olvido que quedo de las estaciones, umbrales difusos de paso lento e irreversible como ese desvestirse hoja a hoja de los
árboles, en su espera latente para crecer fuerte de primavera.
Veo en el cielo un mar frío, cerrado, y me pregunto a donde va a parar tanta gota evaporada en lágrimas, ausencias esperando un ciclo para llover y renacer sobre las cosas y la gente, recordándoles que están vivos. Nada más fuerte que una lluvia fría en el rostro de cara al cielo para abrir
fisuras de recuerdos.
El invierno, ese gran olvido superficial, máscara lábil de los cambios por venir. O lo antiguo retornando en la mascara de nuevos rostros y brotes verdes. Grandes preguntas en un pasaje imperceptible donde muchos ya no están. Hoy me acorde de aquel invierno donde el tío Aldo se despedía poco a poco, entre ahogos por sus pulmones cerrados al aire, diciendo las verdades que le había dejado toda una vida. A mi me dedicó algunas palabras que no supe entender en ese momento. Ese mismo invierno cuando mi hija que ahora galopa en el patio, nació con su cordón umbilical enroscado al cuello como horca del Far West, sana y salva de la asfixia por una providencial cesárea. Allí estoy en la clínica con mi hijo, sentado en la escalera enfrente de la sala de partos. Chaplin y el Pibe, una misma imagen de indefensión ante cada acontecimiento.
- ¿Me vas a comprar la máscara y el traje...?.
Cuando nazca tu hermanita. -le dije.
Estamos en la habitación de la clínica, con la bebe dormida, el nene hace malabares parado en la cama contigua a la de su madre con el disfraz puesto.
Me parece oír ahora y hoy esa pregunta cuando llegamos solos a casa y le dije que iba a cocinar.
¿Vas a hacer comida extraña, papá...?
- No, apenas mezclar pedacitos de recuerdos e incertezas bajo un mismo fuego. (Quisiera responder hoy después de algunos otoños e inviernos, en el fulgor de un atardecer sin velos).
Están todas esas imágenes mezcladas, mientras sigo viendo el galope de mi hija de 4 años en el patio, escucho atentamente y me parece oír el ruido de cascos por debajo del chirrido del secador sobre las baldosas.
Y es otro invierno, lejano, con lamparita de 25 w en el living para gastar poco, me invade olor de la cocina económica mezclado con el tuco. El Berkeley esta encendido en una esquina, sobre la mesa de tres patas con rueditas, y apenas si puedo recordar esas siluetas, surgidas sin duda de la nada, por detrás de una loma, real como pueblo de vaqueros.
Veo a los dos jinetes recortados en ese cielo ceniza permanente de las series en blanco y negro. El más fornido lleva una mascara y monta un caballo blanco. El otro, flaco y ágil, Lleva ropas de indio norteamericano con flecos y costuras a máquina.
Antes de ser El Llanero él era Clayton Moore, nacido bajo el nombre de Jack en un septiembre de 1914, un hábil equilibrista de circo desde los 8 años.
Toro nació en 1919, como el tío Aldo, con el nombre de Harold Smith, fue boxeador y doble de riesgo. Antes de tomar el nombre artístico de Jay Silverheels y ser el indio Tonto para los americanos.
El Llanero y Toro galoparon juntos entre 1949 a 1957. Mientras el tío andaba navegando y mirando horizontes de cielo yéndose al mar.
Luego de terminada la serie ambos siguieron viviendo de sus personajes el resto de sus días, Silverheels haciendo papeles de indio y Moore haciendo giras como El Llanero Solitario, hasta que una compañía dueña de los derechos del personaje para filmar una película le inicio un juicio obligándolo a dejar de usar la mascara y él nombre del Llanero, al que solo pudo recuperar en 1984.
*
Pienso muchas cosas sin poder explicarlas bien, mientras ando, como Llanero sin rumbo en el vértigo de recuerdos que me traspasan.
Serán esas sensaciones absurdas, desprotegidas de cualquier lógica, las que me hacen caminar las calles y solo ver máscaras en los rostros de la gente.
Entiendan bien, veo máscaras delgadas e invisibles casi calcadas sobre esos poros cerrados al aire. Son rostros sobre los rostros humanamente dados, máscaras para verse en el espejo difuso de los demás.
Allí van los rostros circulantes por las vidrieras, encandilados de objetos que brillan como balas de plata y enmascaran exclusiones sociales que matan.
Creo, abrumado, que la gente dejo de sentir el aire en la piel y sueña ser ese objeto inalterable, rostro de maniquí, breve sonrisa del acto de compra contra la incertidumbre...
Niños enmascarados jugando su ilusión de posesión contra cualquier cambio-pérdida. Puerta abierta que no cierra jamás. Allí van los rostros, afirmando malamente su identidad en un anónimo mercado de fantasías, pagando precios por la máscara de ciudadanía del mercado.
Quizá, por debajo de estas máscaras invisibles no hay representación posible para un mundo social que vive negando y ocultando sus verdades elementales, como ocultan los titulares de los diarios, y me repito en silencio -"los poderosos enmascaran horrores y organizan beneficios en cada acontecimiento
repetido".
Fetichismo trascendente a las mercancías, pregunta profunda por quien es el otro.
Escenas arriba de otras escenas antiguas y repetidas, en una sociedad que solo ve y escucha detrás de cortinas de humo, como en Hamlet, donde la verdad solo puede escucharse, desprovista y oculta de un rostro moviendo los labios, abriendo el sonido de su propia voz.
Pienso en la verdad esencialmente intolerable por uno y otros. En la permanencia de palabras dichas que ya no nos pertenecen: atornilladas como quedan en el oído propio y el de los otros. En esas otras palabras, negadas y hundidas en el cuerpo, fantasmas que agitan aire en alas de mariposa o tornados que abren un después.
Quizá sólo sean imágenes sin relato posible, breves destellos para pensar en una sociedad de brumas donde la regla es no ver, no oír y no saber para siempre la verdad, ni propia ni ajena. Máscaras puestas sobre el deseo de no reconocerse en una historia.
Sigo viendo al Llanero en el galope de mi hija en el patio, ya es de noche, escucho atentamente y me parece oír ruido de cascos.
Allá, esta tío Piruco, dándome consejos con el rostro casi descarnado, y aunque yo no lo entienda, diciendo cosas que le surgen en ese resplandor de última vez:
-Pibe, nunca digas la verdad....
-Porqué tío?
- No van a escucharte y menos entenderte.
El Llanero, único actor que figura en el paseo de las estrellas de Hollywood unido a su personaje de ficción, murió días después del tío, el 28 de de diciembre de 1999, a los 85 años.
*De Eduardo F. Coiro. inventivasocial@hotmail.com
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