
Por la ranura de la memoria*
-Escrito del año 2003-
En estos días me la he pasado echando monedas por la ranura de la memoria. Esperaba escuchar el sonido del tocar fondo. Pero no, abismo sin fin, no concluyen ni las imágenes de la caída ni el silbido del aire desplazado, que cosquillea la piel del tiempo.
El detonante puede haber sido la pregunta de mi hija, que se acerca a los 5 años y que desde los 3 no tiene al papá viviendo en la misma casa:
¿Papá, vos estabas cuando yo era bebe?
Allí esta la memoria cortada en pedacitos, colchón de espuma y nube, sonidos sin voz.
O puede haber sido esa foto, caída, arrugada y húmeda que encontré detrás del escritorio en la casa de los chicos. Estoy en una baranda de troncos casi saliendo de la foto, un perfil leve, viendo un lago quieto, espejo de montañas que descienden en colores de día nublado. Es el sur, la foto la tomo mi amigo Rubén, habíamos terminado una obra y nuestra sociedad laboral, y nos fuimos de viaje al sur, creo que la foto es cerca de San Martín de Los Andes. Compartíamos trabajo y una amistad estrecha, como un tiempo atrás habíamos compartido escuela secundaria, y una militancia que casi nos costo la vida. Todavía no imaginábamos que a poco de andar la amistad quedaría distante por cuestiones menores. Lo cierto es que hoy, me veo en su compañía, dentro del Dodge 1500, cortando el mundo con ironías salvajes, escuchando uno de los tres o cuatro casettes que siempre se llevaron en todos los viajes. Y hasta recuerdo el estribillo y la voz grave, solemne, del tema que siempre generaba mi risa. "...Porque siento que el culo me pesa...", Cantaba Jorge y nosotros reíamos atravesando distancias de Varela a Numancia, mientras sacábamos improvisando en el aire el número de durmientes que necesitábamos para revestir las paredes de la obra. De esa época, tengo borrada la imagen de la estación, pero a unos metros bajo un tinglado estaba la maderera que hacía lo que pidieras en quebracho. Que extrañas esas vías angostas, parecían de un tren de juguete, uno imaginaba un tren idealizado, sin conflictos ni miserias humanas circulando por allí. Son los fines del 81, y a los 21 años cualquier cosa podíamos elaborar con risas, casi un programa de radionovelas hacíamos en esos viajes donde mirábamos el entorno con el ojo indiferente que da la velocidad de un auto.
Pero si, recuerdo las vías, y tenía -y tengo- una extraña sensación cuando uno cruza una barrera en las rutas y ve las vías perderse, fugarse en un punto inalcanzable del horizonte.
Creo que hay algo muy profundo, en eso de atravesar vías viendo las vías achicarse hacia un punto lejano. Ese sobresalto previendo la cercanía de una locomotora que de inercia nos corte el tiempo de andar por nosotros mismos y en nuestras propias cuestiones. Tengo hoy sensaciones indefinibles, mientras escucho y veo la caída de las imágenes, con esa sensación extraña de haber perdido muchos trenes posibles para subirse. Aferrado al silencio y la inmovilidad, sin ver otros destinos posibles, más allá de mis pasos sin ver. Desde ese temor a tomar un tren equivocado. Me ronda la idea de una decisión oculta de aferrarme a lo existente, sin poder ver más allá de la propia estación-escenario.
Sintiendo, eso si, que al abrir de nuevo los ojos me habían cerrado el ferrocarril y las vías no llevaban a ningún lado.
En el 97, volví a la estación Villa Numancia con mi hijo de tres años de la mano, compartíamos una extraña obsesión por el tema de los trenes, y el me acompañaba por estaciones activas o abandonadas, veíamos el enganche de las locomotoras. El me decía -"ahí, baja el tito que engancha", dibujaba los trenes y esas extrañas conexiones de locomotora a vagones: "tubito, arito con cadena, los topes, falta algo...?". La estación estaba muy deteriorada, el reloj sin agujas, la Virgen de Lujan, el techo de tejas con huellas de pequeños meteoritos. Allí cerca una escuela, con niños que juegan y gritan, más cerca una casa con patos, gansos, gallinas, creo que nunca vimos tantas aves detrás de un alambrado.
Y allí mi hijo, hizo toda la fuerza de sus tres años con la palanca del cambio de vía, o de señales?, -Te acordás que lo moviste vos papá... ? -Me dijo hace unos días. Allí encontramos un clavo de riel contra durmiente, muy oxidado y lo trajimos de recuerdo desfondando mi bolsillo del vaquero.
Ya no había trenes, pero uno se sentía atravesado por todos los viajes de un pasado que lentamente se desvanece en la memoria.
Por un momento, imagino a mi padre tomando la letorina hacía el puerto de Nápoles, partiendo de Italia para no volver ni irse del todo.
O puedo verme con mi padre en el oscuro vagón de regreso de Quequén cuando él trataba de explicarme como jugaba a "la Murra" en Italia, (era algo así como piedra, papel y tijera pero más complicado). Del otro lado apenas recortada por la luz de luna llena que llegaba del campo, una anciana italiana empezó a contar las historias de su padre jugando a la Murra. Creo que me quede dormido, escuchando la media lengua de mi padre compartiendo sus recuerdos, agitando las manos en la oscuridad.
Cuando despierto, -y creo que he dormido muchos años sin registrar el paso del tiempo- muchas ausencias se han abierto ante mis ojos, la muerte de mi padre, la prematura partida de Rubén en España. El fin del matrimonio, y del compartir día a día el despertar de mis hijos, menos tiempo también para visitar estaciones abandonadas o tomar trenes reales de la mano cuidando a los chicos de tropezar en el peldaño.
En todo esto pensaba, mientras recordaba aquellas visitas a las estaciónes de tren con mi hijo mayor. Buscando el por qué estoy aquí escribiendo e imaginando vías de vida al futuro.
*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
Comentarios