
Estación Salto Grande.
Uno nunca sabe cuando está tomando el tren equivocado.
La frase suena abstracta y compleja. Como la ajenidad, el extraviarse tiene un sentido más amplio que tomar otro tren. Tomar el tren equivocado. Una metáfora apenas de equivocar el camino en la vida. Dar el paso claramente irreversible e irse al lugar del cual no puede volverse. La nostalgia aparece entonces mordiendo el horizonte como la noche a los restos de luz que se obstinan en marcar amarillos, naranjas y lilas en esas nubes que viajan ahora mismo -como islas solitarias- a algún destino desconocido que esta más al oeste. Más lejos de lo que puede verse. Entonces uno amaga volver a algún lugar imposible. Se pregunta dónde se abrieron las vidas como vías después de un punto de cruce y ahora no hacen más que alejarse. Y se desea volver a un lugar idealizado donde -quizá- nunca se estuvo de veras.
Estación Totoras.
Me veo en Temperley. Aún no tome el tren. En la tarde, al sol todavía tibio se cruzan preguntas e incertidumbres de abuela a nieta. Hay 70 años de diferencia y me conmueve verlas alejarse de la mano hacia la esquina; cuando vuelven mi hija dibuja un tren, y en el vagón cada cual viendo por su propia ventanilla. Allí viaja toda su familia: primero su mamá, después ella con el pelo dividido en dos colitas que están suspendidas en el aire, en la siguiente ventanilla está su hermano Franco y finalmente –me dice- estoy yo, a quien incluye en el mismo viaje aunque estoy divorciado de su madre. No dibuja a su gata color te con leche que se llama Perla, pues -me cuenta- tenía miedo a viajar en tren y se quedó en el departamento.
Estación Clason.
Viajan en tren. La abuela y quien será mi madre pero ahora tiene los rulos de Shirley Temple y uno o dos años menos que los de mi hija hoy. Es el año 1934 o 35. Mi madre sólo recuerda un puente sobre un río ancho y que ese tren llegaba a Santa Fe de donde tomaron otro hasta el pueblo donde vivía Fernando, mi abuelo materno. Nunca sabré cómo el abuelo pasó de fabricar bicicletas "Cycles Zucca" y proyectar cine en un galpón de Turdera a trabajar tan lejos, en la usina eléctrica de ese pequeño pueblo rodeado de tambos.
Estación San Genaro.
El abuelo no respondía a las cartas. Ya tenía nueva mujer y parece que no le resultó sencillo ver bajar de la estación a su mujer -italiana como él- y a su hija pequeña nacida en Argentina. La historia tiene un pozo de niebla como el que veo ahora del otro lado de la ventanilla. Niebla suspendida a poco más de un metro de altura que corta la visión de las cosas. Mi madre recuerda la reja alta. No sabe cómo pudo saltar desde ese abismo de 2 metros. Luego la corrida con el corazón en la boca hasta el hogar de unas monjitas. Y esa sonrisa de la monjita que le quedó grabada como en foto al escuchar el pedido de enviar una carta auxilio al hermano de la abuela. ¿El tío Joanny ya trabajaba en La Vascongada?
Estación Centeno.
El tío, al que imagino con su boina vasca que no se quitaba nunca, llegó después de algunos días y presumiblemente en los mismos trenes del Central Argentino. Las llevó de retorno a Turdera.
Mi madre ahora recuerda su vida en casa de sus abuelos paternos. Su abuelo dirigía la colocación de vías del tranvía en Temperley. Se ve de nuevo en la mesa abajo de la parra mojando las biscuit en chocolatada Vascolet, son imágenes de panza llena. Pero también hubo privaciones pues si no había comida, el que tenia que comer era su hermano mayor Nicolás que "salía a trabajar".
Estación Cañada Rosquin.
El relato sigue en otros viajes de tren, ahora a trabajar en Buenos Aires. Agrocom y La Compañía General de Construcciones son nombres que flotan en el aire a los que cuesta darles entidad, fachada, espacio. Hay un viaje a recibir el crédito para la casa propia. Viejo anhelo de madre a hija -intuyo.
"Fui la primer mujer en recibir un plan Eva Perón" -dice mi madre. Mi hija la mira con ojos grandes desde el silencio y sigue dibujando en el cuaderno.
Salto Grande, Totoras, Clason, San Genaro, Centeno, Cañada Rosquin….
Sigo anotando estaciones y desconociendo el recorrido. Pero ya se. Lo debo reconocer, la próxima estación a la que arribará el tren -y en la que bajaré- será Sastre del Ferrocarril Central Argentino. Allí podré sentir esa extrañeza mayor a la habitual y quizá palpitar en la brisa aquella historia que de algún modo obscuro e inconsciente ha condicionado mi vida.
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