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TODO PASA Y TODO QUEDA...






1


Desde el primer día / supe que te amaba
con mi alma enamorada
como un vagabundo / no me da respiro.
Porque nunca nunca serás mio
Y no me importa nada / por que no quiero nada

...y aprender como duele el alma
como un adios.
Porque tengo el corazón valiente.
prefiero amarte después de verte.

Mi hija tiene 7 años. Y acaba de cantarme su versión de la novela que protagonizan Natalia Oreiro y Facundo Arana. Al rato vuelve y me cuenta sobre el anticipo del nuevo capítulo del lunes con el cual bombardean a cualquier hora. Me dice que Martin y la Monita se van a dar el primer beso después de huir sobre un caballo blanco. Con las novelas y la televisión tengo una larga polemica, como Padre no logro evitar que mis hijos pasen demasiadas horas delante de un televisor incluso con mi compañia, quejosa pero compañia al fin. Preferible, trato de consolarme, a la soledad delante del monstruo devorador de espacio y tiempo. Trato de mantener un espacio propio de comunicación con pretexto de los programas que ven.
Entonces le pregunto a mi hija de que tratan las novelas, y su respuesta me deja con la boca abierta y desata una risa franca, un alivio ante la complejidad del mundo que tanto me abruma en estos días.

"De cuernos y secretos". -me dice.






2





Un puño cerrado sin luz. El cielo.



Llueve. Cortina fina e interminable. La luz se condensa en las gotitas guirnaldas que se quedan una tras otra en el alambre de colgar la ropa. Recién puedo ver, en mi despresente permanente ante las cosas, un brote de la parra de uva blanca, el primero de esta temporada. Otro aviso del paso del tiempo, para mi no había pasado nada desde la última poda, un domingo, los chicos jugando abajo, corriendo entre las ramas, jugando una guerra donde las escobas y los secadores eran caballos. Debe haber sido en mayo, quizá en principios de junio.

La nena galopaba sobre el secador y llevaba como ariete un palo con sopapa de goma en el extremo. Iba, golpeaba las puertas invisibles del castillo, y volvía a tomar carrera. En el camino gritaba "Esa vieja putaaaa y locaaaa". El grito de guerra había desatado un ataque de risa en el hermano, y de mí mismo que temía caerme de la escalera por la risa o por algún golpe equivocado en ese ataque al castillo.

Luego las ramas gruesas se convirtieron en pequeños atados que serán después del secado del tiempo alimento para el fuego de la parrilla. Ahora veo la cabeza de caballo en la campana de cemento, seguro mi hija se puede ver sobre ese corcel mientras golpea la pared blanca descascarada por el paso del tiempo.

La misma parra que desata la imagen de mi padre en su caminata con el trípode hasta abajo, a ver como estaba la uva negra, a decirme algo acerca de cómo cortar los racimos. Puedo verme en la escalera mirando como elevaba su mirada, temiendo quizá que perdiera el equilibrio, pero no, luego se sentó en una silla a verme cosechar desde el silencio.



Allí, justo allí donde estaba la escalera, bajo la parra de uva negra. La vida me dejo ver en este verano los pies descalzos de mi amor, que todavía no era mi amor, solo mi amiga en su primera visita al patio del fondo de casa.

Todo pasa y todo queda, canta Serrat en su voz a Machado, pero en mi breve presente nostalgioso del otro lado de la cortina de lluvia que todo lo vela, con un cielo bien bajo y gris.

Aparecen esas tres imágenes. La ultima vez que vi a mi padre bajo las ramas brazos de la parra, marzo casi otoño, en el último otoño con nosotros.

La poda con los chicos jugando y riendo en escenarios que solo la magia de la infancia puede construir sin otra escenografía que la imaginación.

Y la primera en que vi a mi amor, desnudando sus blancos pies al sol fuerte de verano.





3



Nuevamente, el tiempo pasa a la velocidad del click, me veo detenido ante cinco esquinas, viendo fugar imagenes, las cosas y la gente.
Sé, que tengo un reloj vital que es más lento que las cosas, que el tiempo externo es fugitivo, voraz, vertiginoso. Hasta su estetica tiene el paso vertiginoso. En la mirada ausente, en la moda. Mi reloj está atormentado en la velocidad de la ansiedad, la externa y la propia que son el signo de una misma temporalidad histórica. Pero ella, desarma mis pasos necesarios, los urge de fin. Y los hace fin antes del comienzo.
Estoy mudo, frente a esas fotos antiguas en blanco y negro, siempre que estoy en una encrucijada me veo repasando esas imagenes, muchas, de los abuelos y tios que nunca conoci, que son relatos tenues, otros mundos de vida que tambien son mi sentir y mi mundo.
Y, allí empiezan a faltarme las palabras para contar, para decir sin traicionarme, sin generar mito y equivoco, sin eludir las claves en el pequeño milagro de existir.
Esa mirada firme de 8 años en un libro de oraciones en la comunión, la sombra gris recorta mi figura contra la cortina, al lado del Berkeley a lamparas se ven los guantes blancos.
El moño tambien blanco, es enorme, ridículo. Trato de recordar algo de esa época y me recuerdo frente al confesionario, dentro de una iglesia fría, el sacerdote con su rostro vedado, apenás visible en poros circulares. Me pregunta cuales son mis pecados, y recuerdo mi desconcierto.... ¿pecado? traté de superar mi incomodidad y le inventé inexistente, esa confesión obligatoria generó la primer mentira de la que soy consciente. El sacerdote me absolvio despues de asignarme varios padrenuestros y avemarías. Todavía recuerdo esa situación y siento enrojecer de vergüenza ajena.
En ese tiempo, mi madre me habia explicado que el mayor compromiso de una persona era con la verdad. Y ha decir verdad, todavía no sabia que la verdad absoluta puede ser intolerable, inaceptable.

Otra foto, en la esquina de la casa de Quequén, las paredes están sin revocar, se ven partes de un andamio, mi padre en camiseta tomando a mi hermana con la mano derecha. Mi hermana y yo tomados en la mano izquierda, tengo un gorro de papel que pretende ser gorra y un palito vertical que es espada.
El tiempo es una aventura irrepetible, un acertijo que uno desafia de perdida a imagen, del estar al no estar. Intento disimular mi desencanto, mi perplejidad ante lo pasado adormecido en mi ser. Escucho los ruidos del mar, son el fondo en el fondo del presente y de arena y sal en la piel. Fui y soy.

Son once como un equipo, mi padre es el segundo a la derecha, tiene la ropa de trabajo grisada por la jornada de engrasador cumplida, el único con una gorra y las botas altas a prueba de la soda caústica. En ese taller, mi padre tenia un pequeño recinto de dos por dos, donde a las 9 de la mañana preparaba sin falta el mate cocido con leche para todos en un pequeño calentador a kerosene. Allí esta, con la misma cara de Rossano Brassi que encandilo a mi madre en ese atardecer lluvioso, cuando ella sintió que él habia salido desde una película a protegerla con su paraguas de ilusión allá por el '56.
Ya eran sobrevivientes, a la guerra, al bombardeo del centro en el '55. A perdidas tempranas y desarraigo. Y siempre los veo en la tormenta, luchando lo mejor posible.

Recuerdo esa tarde, casi al final de la vida de mi padre. Tarde cruda de invierno, ambos metidos en la cama, mi padre con un gorro de lana, muy juntitos viendo una película de Nini Marshall en canal 7, se rien, se apichonan. En un momento se dieron un beso tremulo en la boca. Me emocionaron, me sentí testigo de una dicha.


Paterno, 9 - 6 - 53. casi un año de la partida de mi viejo desde su pueblo italiano. Es una foto pequeña, única. Son los abuelos italianos posando con nieta y nieto de brazos. La abuela con el mismo rostro de mi padre en su vejez, con un pañuelo atado apenás arriba de las cejas. En su mano derecha lleva un recipiente con alimentos. Es pequeña y tremula pero fuerte. El abuelo Antonio con su gorra fiel que lo acompañaba en los senderos de montaña guiando ovejas y cabras. Atrás toda la humildad de una mesa rústica que seguro hizo el mismo. Una puerta abierta es el fondo lejano.
Trato de verme en el lejano espejo de su existencia, trato de imaginar los muñecos de nieve ,el juego de las manos de mi padre, todavía suaves antes de grasas y acidos, con esa nieve en una batalla que algún día sería cuidar la vida y el sentir.
Veo su silencio del otro lado de la vitrina, del relojero del pueblo, su asombro ante los engranajes del cucu, la técnica marcando el paso en sonidos mécanicos.
Su reloj no era digital, tenía raices concretas, sabía esperar. Sabía de siembras y cuidar animales en los senderos del bosque de los lobos camino a Padula.
Hoy, asediado por ese tiempo angustioso que nos lleva más rapido hacia la muerte.
En la inmediatez del "just do it".
Quisiera tener y sentir, al menos en parte, el reloj vital paciente, perseverante, caminante en su propia verdad de mi padre.



*de Eduardo F. Coiro inventivasocial@hotmail.com

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