Gotas de amor*
A Iola.
Viajamos en un micro de larga distancia que esta lanzado por una ruta cuyos bordes están limitados por la niebla. Mi acompañante es la encuestadora más antigua de la empresa, esta jubilada pero sigue trabajando. Vamos a trabajar a un pueblo del centro de la provincia de Buenos aires.
En sus ojos se ve tristeza, quizá es la profundidad o el abismo que deja una larga tristeza.
En realidad no importa lo que yo sé o intuyo de su mirada. Ella es una persona reconocida por todos como sabia. También es tan luchadora como sufrida
Hablamos. Me cuenta como en este momento de su vida la asaltan recuerdos e imágenes muy antiguas, de sus primeros años de trabajo.
Trae tres o cuatro historias, pero yo elijo quedarme con una, que me impacta particularmente. Quizá por esa sensación de verme en mi vida sentimental atravesando un desierto, con necesidad incluida de construirme frágiles oasis-ilusiones. Buscando un ratito de cariño, o sediento de esa gota de humana ternura a la que alude el protagonista de "La Octava Maravilla" de Vlady Kociancich.
La escena ocurre en una casilla de chapa ubicada en una villa y ella administra un cuestionario con una mujer embarazada.
Solo tiene dos sillas y le ofrece la mejor. No quiere mirar demasiado, no poner un acento del ojo en esa evidente miseria material donde transcurre la vida de una familia.
De pronto comienza a llover y la mujer se desespera por correr sus pocas pertenencias de las goteras que inundan en pocos minutos por aquí y por allá la casilla y hacen que el piso de tierra se convierta en una especie de chocolate líquido.
Después de subir todo a la cama, y tapar con un mantel de plástico la cómoda y correr casi todo de lugar, la mujer vuelve a sentarse, le ofrece un mate amargo y habla con amor de su marido.
Ella se conmueve hasta el día de hoy. Lo resume en una frase, en una iluminación que ella lleva adentro suyo desde aquel momento: "El amor no pertenece a los inteligentes" . -dijo.
Y la frase abrió su camino hasta mi pecho como una estocada de dolor.
*de EDUARDO FRANCISCO COIRO.
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Y tu escritura también lo es.
abrazo,
d.