
El hombre añora. Extraña. Intuye que ya nada será lo mismo.
No es por un objeto en sí mismo, sino por esa oculta señal que a veces en la vida es previa a que se desencadenen hechos imprevisibles.
Por un momento, piensa si esto puede solucionarse con dinero.
-Compro otra y listo.
Quiere convencerse de que es posible, que nada va a cambiar.
Que todo seguirá siendo como fue hasta la última vez.
Ella llegando a última hora, cuando la recepcionista ya se había retirado.
Puede ver ahora mismo la imagen: esa desesperación que hace que se toquen y se quiten solo lo esencial de la ropa y se revuelquen en la alfombra hasta penetrarse y acabar furiosamente, dichosamente al mismo tiempo.
Ese orgasmo es un lujo. –se dice.
Ni con su mujer, ni con otras amantes puede lograr eso.
Celia y él sobre la alfombra. Literalmente vuelan por el aire.
Esta alfombra es mágica –dice ella cada vez que tiene ocasión.
Pensar que era regalo de casamiento de mi suegra que la compro en una feria de El Cairo, si supiera –que en paz descanse- los placeres que nos brinda. –dice el hombre buscando la sonrisa cómplice de Celia.
Pero de todo esto ya pasaron tres interminables meses.
Fue en el último vuelo y mientras se daba el orgasmo de ambos como de costumbre, cuando sintió que la alfombra los había llevado más allá de los límites estrechos del consultorio.
Quizá haya sido una venganza de su suegra –El sabía que las coloradas como ella eran todas unas brujas-
Entonces sintió la caída.
Y la mano y después el grito de Celia alejándose.
Y ese aterrizaje con suerte sobre la palmera. Las roturas y luego los yesos en el hospital.
El hombre espera a su mujer en el horario de las visitas.
Y de la pobre Celia, ni noticias.
*de Eduardo F. Coiro. inventivasocial@hotmail.com
-En base a una idea original de Azul. azulaki@hotmail.com
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