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ÍNTEGROS Y SIMULADORES...

De íntegros y simuladores*



Esto que voy a contarles pasó el domingo 28 de octubre del 2007.
El amigo me dijo por teléfono que estaba en la casa de sus padres - a dos cuadras de casa- y que pasaba en un rato a devolver el andador y el trípode que eran de mi viejo. Su padre los utilizó durante los meses que llevó la rehabilitación de su pierna quebrada.
Al amigo lo conozco hace 43 años. Cuando llegó directamente de un pueblito de Pontevedra al barrio y a la escuela del barrio.
Tengo su imagen de niño y el debe guardar la mía. Nuestras madres se encontraban en la esquina, nos cruzaban la calle y nos veían hacer la cuadra que faltaba hasta la escuela 6.
Y aunque nos vemos dos o tres veces al año. El amigo ha estado siempre. Y yo, como pude, también.
Tocó el timbre. Bajó las cosas del auto. Me dijo que no quería entrar. Nos quedamos en la puerta de casa. Vi su rostro desencajado. Me animé a preguntarle "cómo están tus padres".
El gallego -como lo llamamos en casa- se quedó un momento paralizado y luego me abrazó con desesperación y lloro y lloro como una eternidad de llantos tragados e invisibles. Nunca nadie me abrazo con esa fuerza. Nunca antes había puesto el hombro ante un llanto tan hondo.
Le acaricie la espalda, le revolví los pelos de la cabeza al niño que sigue siendo a pesar de los 49 años que se avecinan, como niños que siempre somos buscando un abrazo ante lo inexplicable de las cosas.
Cuando pudo hablar me dijo que su madre empeora. Que se ausenta lentamente. No quiere comer. Ni levantarse de la cama.
No hay un diagnostico corporal certero. O es depresión, o la tristeza, o la falta de ilusión, o todo junto. Conjetura uno en su ignorancia sobre la condición humana.
Dice que no puede verla así. Él, que es hijo único. Que reconoce que ha acompañado a sus padres en todas sin descuidar a los hijos ni al trabajo. Lo veo demacrado.
Le digo lo que surge, hablo de más, digo cosas que dudo que le sean útiles. Le doy instrucciones para el día siguiente cuando lleve a la mamá a la psiquiatra. Le cuento de los últimos meses de mi padre. Me escucho decirle que él es más sano y más fuerte que yo, que al menos puede llorar, expresarse. Que es una persona a todas luces buena e íntegra. Que esta sufriendo por no poder con la vida de alguien querido y llega entonces a inventarse culpas. Me dice que se siente solo. Que se encuentra solo con un sufrimiento que no puede soltar en ninguna parte. Teme lastimar a su esposa e hijos.
Me cuenta al fin de su padre. Lo acaba de ver en una pequeña ceremonia: antes de que suba al auto el andador lo levantó y lo sacudió al aire con las cuatro patas apuntando al cielo. Hombre de pocas palabras el padre, al amigo le cuesta sacarle dos palabras que le ayuden a entender. Le dice al fin que se despide de estos objetos, que nunca más quiere usarlos.
Observo y conmueve que el viejo del amigo haya pintado al andador con pintura cromada. Le hice notar al gallego esa voluntad vital, pero no estaba ese día para ver más allá de la angustia por su mamá.
Después de fue a su casa y yo entre con el andador y el trípode al living donde la televisión seguía rondando en imágenes a la jornada de las elecciones y a los actores políticos que tenían que ver con el acontecimiento.
Estaba sacudido y no podía dejar de pensar en intermitencias veloces en el amigo, en mí, y en el ser humano que se debate en un equilibrio inestable entre fragilidad y fuerza.

Cuando volví de dejar las cosas en la piecita del fondo me encontré con las palabras del ministro del interior. Dijo que si faltaron boletas es responsabilidad de los fiscales de los partidos políticos y no del gobierno.
Me pareció surrealista. O el A-B-C del político desimplicado. “Si ganamos, y por tantos votos, ¿que importancia tienen estos hechos?” parecía decir el ministro sumando gestos y palabras.
El hombre debería al menos abandonar su cargo y entregarlo a quien al menos sea un buen actor. Al estilo de Máximo Cozetti, el especialista en caracterizar personajes de Los Simuladores.

De pronto volví a pensar en el gallego para quien estas elecciones ni siquiera habían existido. En su ser íntegro y sin dobleces que no puede tomar ninguna distancia del sufrimiento de sus seres queridos.
Y pienso en esos simuladores que en ese momento destapaban champagne en su efímero momento de fuerza, donde nada más del mundo parecía importarles. En su lejanía y negación permanente de la fragilidad en la condición humana.
Me veo en el gallego. Me identifico con la gente que la lucha día a día.
Y detesto profundamente a esos simuladores para los cuales la política no es más que un negocio que se renueva de tanto en tanto aprovechando la voluntad de la gente por ir al acto electoral y votarlos.

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